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No necesitas una tragedia

Todos los días pienso en el 13 de septiembre.

He repasado en mi cabeza, una y otra vez, cada pequeña y grande decisión que me llevó hasta ese día. Las que tomé unos minutos antes. La noche anterior. Los meses que lo precedieron. El último par de años. Los últimos diez años. 

Pienso en todo lo que pude haber hecho diferente.

Pienso en el hecho de que ese día no nos fuimos todos juntos, como lo habíamos estado haciendo por meses. En cómo detestaba despertar antes de las seis de la mañana para poder alistarnos y salir a carretera a buena hora. Y cómo aprovechaba las oportunidades para no tener que hacerlo. Como ese día. 

No me importaba quedarme a cuidar a los tres niños. Acostumbrado a tener las mañanas libres de lunes a jueves, era una tarea relativamente sencilla. Pero algo había cambiado desde un mes atrás. Tenía un nuevo trabajo y las mañanas de lunes a jueves ya no eran realmente libres. Pienso mucho en cómo y en por qué me puse a mí mismo en una situación estresante como la de cuidar solo a los niños en el mismo horario en el que se supone que tengo que trabajar. 

Era uno de esos días en los que sientes que, sin importar cuánto te esfuerces, no vas a terminar de hacer todo lo que hay que hacer. 

Hice el desayuno y recogí un poco. Los niños estaban viendo la versión viejita de Pinocho. Estaba la escena en la que escapan de la ballena y Gepetto encuentra a Pinocho boca abajo en el agua, inconsciente. Recuerdo que estaba con ellos en ese momento y que la imagen me causó mucha impresión. Era muy fuerte, tal vez no tan apropiada para los niños. Todavía siento escalofríos de recordar esto. Como si algo o alguien estuviera tratando de alertarme. 

Noa se acercó a Narán y lo abrazó. El momento me enterneció y les tomé una foto. A veces miro esta foto en el teléfono. A veces la miro por ratos largos. 

La lavadora estaba en un cuarto al fondo del predio. Mientras metía la ropa, recordé que me habían pedido del trabajo que hiciera una edición. Regresé a la casa con esa idea en la mente. 

Me senté en la computadora y subí una foto. Aproveché para abrir más pestañas y empezar la investigación para el artículo que escribiría ese día. 

Mientras buscaba información acerca de qué hacer en Mexcaltitán, Nayarit, Noa se ahogaba en la piscina a 20 metros de distancia.

Siempre pienso en ella en ese momento. Sola, desesperada, tratando de sobrevivir. Deseando que alguien llegara a rescatarla. Confundida, sin entender qué estaba pasando. 

Pasaron algunos minutos antes de que yo me percatara de que Noa no estaba cerca de mí, como normalmente estaba en un día como este, persiguiéndome de arriba a abajo. Salí del estudio. “¿Dónde está Noa?” 

Corrí hacia la salida trasera de la casa. Sentí un espanto inmediato. Vi la puerta corrediza abierta. Había olvidado cerrarla al volver a entrar. 

Y la vi ahí. Flotando boca abajo en el agua, completamente inerte. Ahí la veo todavía, todos los días. Hay imágenes y momentos que se tatúan en la mente.

La siguiente hora y media es una bruma. A veces hago el intento por recordar detalles específicos, pero el dolor y la desesperación ocuparon todo el espacio. Me envolvió un remolino de negación, culpa, enojo, tristeza. Sacudí a Noa, le abrí sus ojos. Grité su nombre una y otra vez. Grité tan fuerte como mi cuerpo me lo permitió, como creyendo que tenía que alcanzarla con mi voz y traerla de vuelta. Grité como queriendo que el alma se me escapara para siempre. Porque el mundo en el cual lo que estaba sucediendo era real no era un mundo en el que yo quería seguir viviendo. Miré los rostros asustados de Narán y Maia llenándose de lágrimas. Casi les pido ayuda a ellos en mi desesperación. 

Llamé al 911 rogando al cielo que el 10% de batería del teléfono durara para siempre. Pasé los siguientes 20 minutos presionando el corazón de Noa sin detenerme más que para darle aire con mi boca. Presioné su corazón hasta que no quedó más fuerza en mí. Lo hice a pesar de que no parecía surtir efecto. Noa no despertaba. 

Saqué su cuerpecito a la entrada de la casa al oír una sirena. No era la ambulancia, era una patrulla. El policía me relevó en los primeros auxilios y por primera vez descendió sobre mí el peso de la situación. Sentí que entre el esfuerzo y la angustia había envejecido varios años en menos de una hora. 

Luego llegó la ambulancia. Los policías les dieron el cuerpo de Noa. Había pasado tanto tiempo que para mí no había regreso. Yo seguía en shock, incrédulo de que todo esto estuviera realmente sucediendo. Pensando en lo que la muerte de mi hija iba a significar para mí, para nuestra familia. Queriendo comprender ahí mismo y en ese momento cómo es que la vida puede cambiar tanto en tan poco tiempo. 

Ya nos íbamos detrás de la ambulancia pero se detuvo en la esquina. Nadie me decía qué estaba pasando. Una señora se acercó a orar por mí, dijo que era mi vecina, nunca la había visto. Me dijo que todo iba a estar bien. Discutí con un policía que me tomaba fotos, se acercó a darme un abrazo y me dijo:tranquilo señor, su bebé tiene pulso”. 

Creo que ese momento marcó la primera vez que decidí creer. Creer que no todo estaba perdido. Que cosas sorprendentes podían pasar. A partir de entonces, tuve que creer una y otra vez, sin cesar, cada día, varias veces al día. Creer, confiar, tener fe. Se volvió tan necesario como respirar. 

En total, Noa estuvo alrededor de 40 minutos en paro cardiorrespiratorio. Es decir, sin latido y sin respirar. Durante 40 minutos, ella se fue. Y luego regresó. 

Esperando en la sala de urgencias del hospital mientras estabilizaban a Noa, con la cabeza hundida en las manos, estaba destrozado por dentro. No merezco tener hijos

Sólo quería desaparecer. Desvanecerme. Apagar la realidad. Imagina sentir tanto dolor que prefieres morir a seguir soportándolo. No voy a poder seguir. No puedo seguir viviendo

Me dejaron pasar. Me desmoroné al verla con los tubos insertados. “Perdóname, Noa”, trataba de decirle entre lágrimas y sollozos. Al hablarme, los doctores no podían ocultar el horror y el estrés que a ellos mismos les causaba la situación. 

Llegó Ana al hospital. Lo que sucedió en ese momento alteró el curso de esta historia. Me dijo que había decidido perdonarme, que no iba a destruirme ni a nuestra familia. Creo que en ese momento me dio el oxígeno necesario para continuar con vida y atravesar la situación. No sé si yo estaría aquí ahora si ella no hubiera dicho esto. 

Después de un rato, subieron a Noa a la unidad de cuidados intensivos pediátricos. Pasamos el resto del día en el hospital, esperando noticias. En la noche, un doctor salió a darnos el primer informe. Nos explicó que las primeras 12 horas después del accidente eran las más críticas y estábamos acercándonos ya a ese plazo. Después, seguían las primeras 24. Luego, durante los primeros siete días, los pulmones estarían en constante riesgo de colapsar. Noa estaba completamente sedada, así que el tema neurológico tendría que esperar. 

Terminamos el día durmiendo todos en la sala de espera y ese fue el final del 13 de septiembre. 

Los siguientes días, al despertar, por un segundo me preguntaba si no habría sido todo una pesadilla. Como esas en las que la mente exagera y todo se siente tan real. Tal vez Noa estaba descansando junto a mí. Tal vez pronto despertaría y me daría un abrazo y un beso babeado. 

Mientras escuchaba los informes de los doctores, mi mente activaba un programa de negación. Escuchaba sus palabras, “proceso infeccioso”, “falla de la función renal”, “nutrición parenteral”, mientras tenía la sensación de estar viviendo la vida de alguien más. Como un avatar en un videojuego o un actor en una obra. 

Estaba enojado con el mundo por seguir girando. ¿Cómo podía todo seguir su curso? ¿Cómo podía la vida simplemente seguir, como si nada? ¿Cómo iba a poder yo seguir? Un día fuimos a una plaza y sentí enojo hacia las familias con sus hijos, sus bebés, pasando un buen tiempo. Sentía mucho miedo de pensar que nunca iba a volver a reír. A sentirme bien, feliz, como esas personas. 

Los estudios neurológicos no traían buenas noticias. Cuando terminó nuestra charla con el neurólogo, nos sentíamos completamente derrotados. Le preguntamos acerca de maneras compasivas de dejar ir a Noa. Así de duro era el diagnóstico. 

Pero decidimos continuar. Decidimos creer. 

A los pocos días, Noa empezó a apretar nuestra mano con la suya. Fue el primer movimiento que hizo y sentimos que el alma nos regresaba al cuerpo. Una razón para creer. Hoy volteo a ver ese momento y me sorprende cómo ha ido creciendo la fe de la que hablaba antes. En ese tiempo, aquellos apretones de manos nos daban suficiente gas para seguir. Conforme ella ha ido avanzando, hemos creído en más y apuntado cada vez más alto.  

Eso es lo que ha sido este tiempo. Un estiramiento de nuestra fe. Y para mí, ha sido como tener que ejercitar al nivel de un atleta de alto rendimiento un músculo que estaba atrofiado y olvidado. Por mucho tiempo, esta palabra tuvo una connotación negativa para mí. Creer en algo que está en contra de la lógica y la evidencia me parecía tóxico. Y ciertamente puede serlo. Pero hay otro lado de la moneda. 

Fe es actuar a pesar del miedo. Es brincar sin saber en dónde vas a aterrizar. Es el triunfo de la acción sobre el razonamiento. Pero también es eso que ocurre por dentro antes de la acción. Esa creencia de que algo puede ser aunque no pareciera probable. Tal vez la fe abre las puertas de la posibilidad. Tal vez eso que llamamos fe es la fuerza detrás del movimiento cuántico de un electrón, que brinca misteriosamente de una posición a otra. 

Fue necesaria la fe cuando trasladamos a Noa a otro hospital. Los primeros días de esa situación fueron una prueba difícil que nos sacudió y nos acercó de nuevo al quebranto. Después de unas semanas nos adaptamos y recobramos fuerzas. Yo creía que Noa estaría ahí meses, pero un mes después de entrar, la dieron de alta. 

Durante el tiempo que estuvo ahí, Noa fue desconectada de su ventilador. Comenzó a mover más partes de su cuerpo. Terminó de sanar sus órganos vitales. Abrió sus ojos y los movió. Mostró un aumento de actividad cerebral en un electroencefalograma. Todo lo que parecía que no sucedería, sucedió. 

La fe estuvo ahí también cuando llegó el momento de traerla a casa. En medio del nervio de tenerla aquí, apenas unas horas después de haber llegado, presentó convulsiones y tuvimos que volverla a internar en el hospital donde la trataron cuando sucedió el accidente. 

Pasamos otros diez días ahí. Creyendo con todas nuestras fuerzas en que esto sólo era un contratiempo. Y así fue. 

Regresamos a casa con Noa. La idea de no tener cerca a doctores y enfermeras en todo momento para resolver cualquier situación era muy estresante. Pero seguimos. Lo hicimos. Aprendimos a aspirarla, alimentarla, ponerle sus medicinas. Contactamos a una neurofisioterapeuta para que viniera a trabajar con ella todos los días. Gracias a esta persona, dimos el paso de sacarla de su cuna, moverla, manipularla e integrarla a la vida familiar. 

Hace unos meses Noa pasaba sus días sola en una cama de hospital y hoy está pegada a su mamá todo el día, escuchando la voz de su familia, recibiendo cariños y trabajando en su rehabilitación. 

De tener las piernas y brazos totalmente rígidos al salir del hospital, ahora puede flexionarlos sin problema. Mueve todo el cuerpo: cabeza, tronco, extremidades. Abre, cierra y mueve sus ojos. Está aprendiendo a sentarse, sostener su cabeza y tragar fluidos. Ya comenzamos a trabajar hacia su decanulización (es decir, revertir su traqueostomía). 

No estamos donde empezamos. Montañas se han movido.

Un mes después del accidente, encontramos al Dr. Paul Harch en internet. Él es especialista en niños ahogados y los trata con una combinación de terapia normobárica e hiperbárica. Los resultados que ha tenido en niños pequeños son verdaderamente sorprendentes. Tuvimos la oportunidad de platicar con él y aceptó tratar a Noa en su clínica en Nuevo Orleans. Un amigo muy querido, cuyo apoyo durante este tiempo es invaluable, nos ofreció llevarnos para allá. 

Este viaje es la definición de un acto de fe. Nos subimos a un avión con Noa, llegamos a un lugar que no conocemos, en un país que no es el nuestro. Resolvimos dónde conseguir las cosas que necesitamos para alimentar y cuidar a nuestra pequeña. Hemos tenido que sobrevivir sin enfermeras. La hemos llevado todos los días a una clínica, a un tratamiento que apenas entendemos. 

Todo con la esperanza de que ella mejore. Todo por ella. 

Y lo hemos hecho sin dudar. Ni por un momento, desde que se convirtió en opción, hemos dudado de tomar estos pasos. Ya es casi un reflejo el vivir así.

Podría describir a la fe como esos videojuegos en los que el camino se va revelando frente al personaje conforme avanza. Más allá de lo inmediato, todo es oscuridad. Hay que dar el paso para saber a dónde se va, no al revés. 

Cuando miro hacia atrás, puedo ver la perfección en cada una de las cosas que han sucedido después del accidente. La sincronicidad, la oportunidad. Todo sucediendo a un ritmo perfecto. Incluso los momentos estresantes. Su estancia en el primer hospital permitió que su condición tan grave pudiera ser manejada apropiadamente. Su estancia en el segundo hospital permitió que continuara con su recuperación y nos puso en manos de doctores que la empujaron hacia el alta. Aún su regreso para tratar una infección fue totalmente necesario y adecuado. El retraso con las visas nos ha permitido aprender a cuidarla mejor. 

“Noa, tú vas a estar bien”. Le decía cada vez que la dejaba en su cama del hospital. Y Noa cada vez está mejor. 

En cuanto a mí, sanar ha sido un proceso lento y doloroso. La cercanía de mi familia inmediata y extendida ha sido una red de apoyo indispensable. 

También he tenido que acudir a terapia. Gracias a eso he podido aceptar que no puedo cambiar el pasado y que mi única elección es cómo afrontar cada día. No es fácil ni digo que ya lo haya logrado. Es una cosa de cada día. Hay días con mucha esperanza y otros en los que me cuesta trabajo respirar. 

Hay una especie de tristeza en el fondo que no se va ni se quita. Cuando algo me causa risa o me estoy divirtiendo por un momento, pronto aparece esa tristeza y me recuerda en dónde estoy y cuál es la realidad. Y sí, por ratos me da miedo sentir que no voy a volver a disfrutar, a estar feliz, a estar bien. Y hasta para eso he tenido que hacer uso de la fe y confiar en que eventualmente así será. 

“Podría pasarle a cualquiera”, escuché y leí. No lo sé, no se siente así. “A la mayoría de la gente no le pasa.” La voz en mi cabeza.

Podría seguir el camino de esa voz, pero no parece llevar a la esperanza. No tengo más opción que luchar todos los días por darle vuelta a la página y ocuparme del presente y de lo que tengo enfrente y de ir un día a la vez. 

Quiero, con todo mi ser, que este suceso signifique algo. Quiero poder transformarlo en una fuente de fuerza. En un motor de cambio. Como mínimo, deseo que pueda convertirse en un mensaje. Un mensaje para toda la gente que me rodea y para ti que estás leyendo. 

Pero no es un mensaje fácil de dar. De hecho, es un mensaje que tiende a sonar chocante. 

Verás, hoy miro a mi alrededor. Y leo y escucho. A las personas en mis círculos, a las personas en la calle. A las personas en las redes sociales. Y me dan ganas, muchas veces, de sacudirlos. Y de decirles que todo el sufrimiento que les aqueja es una elaborada ficción que existe sólo en su mente. 

A veces sufro porque siento que ya no pertenezco a este planeta. Y me dan ganas de irme a vivir a otro, en donde sólo estén personas que hayan pasado por algo como lo que yo he pasado. Porque me cuesta trabajo conectar. 

Y me desespera sentir que encontré el código secreto para alcanzar la felicidad. Pero lo encontré demasiado tarde. Y lo que es peor, no me sirve a mí y tampoco le sirve a los demás, porque no pueden entenderlo. No como yo lo entiendo. 

Lo único que puedo hacer es intentarlo. Y esperar a que una parte de este mensaje, cuando menos, se guarde como una semilla en tu inconsciente y pueda florecer cuando más lo necesites. Esto es lo que tengo que decir. 

—- 

No necesitas una tragedia. 

No necesitas una tragedia para contar y valorar tus bendiciones. No necesitas una tragedia para darte cuenta de que lo tienes todo. 

Sé que cada quien tiene sus problemas y que se sienten muy reales y muy grandes. Quisiera poder tomar tus manos, verte a los ojos y decirte, con todo el amor y el respeto: si tienes salud y fuerza, si tus más cercanos están bien, si tienes techo y comida, tus problemas no son tan grandes como crees. 

Casi todo tiene solución. Y cuando experimentas algo que no parece tener solución, te das cuenta de ello. Hay muy pocas cosas en esta vida que de verdad no se pueden resolver. Si perdiste a un ser querido, te lo concedo, ese es uno de los pocos casos. Y si te diagnosticaron con alguna enfermedad crónica, ese es un problema considerable. 

Pero si tus problemas son por dinero, o porque tienes mucho trabajo, o te quedaste sin trabajo, o estás estresada, o alguna relación que valoras se está fracturando, te sientes atascado en tu carrera, tienes ansiedad, alguna adicción, fracasaste estrepitosamente en un proyecto, no encuentras el amor, vives en un hogar conflictivo, etcétera. Tu situación, en realidad, es ideal. Porque todos tus problemas tienen solución y tienes todo para solucionarlos. 

Déjame decir eso otra vez. Lo. Tienes. Todo. 

Así que sonríe, la vida es buena. Abraza a tus hijos, a tus papás, a tu pareja, a tus amigos. Pasa tiempo con ellos. Disfruta su sonrisa, el sonido de su voz. Todo podría esfumarse mañana. 

No he podido evitar fantasear con que recibo una segunda oportunidad, como Ebenezer Scrooge, y despierto el 13 de septiembre en la mañana. ¿Y sabes qué siento? Felicidad pura. Gozo. Gratitud. Y me imagino que saldría corriendo a la calle a gritar de alegría. Y que cambiaría mi vida en ese momento y dejaría de angustiarme por todo. Y que valoraría como nunca cada una de las personas y las cosas que tengo, como de hecho he aprendido a hacerlo desde ese día. 

Y adivina qué. Esa es tu situación hoy. Puedes usar mi pesadilla para imaginar la tuya. Te pido que lo hagas y me ayudes a darle sentido a esta situación. 

No necesitas una tragedia para accionar y hacer que las cosas sucedan. Desde el accidente, me he movido como nunca antes lo hice y he luchado para poder alcanzar objetivos y abrir oportunidades. He llamado y buscado a personas, he insistido ante negativas. He trabajado a marchas forzadas para resolver la situación financiera de mi familia y cada día estoy más cerca de lograrlo. 

Lástima, sí, que todo fue a partir del accidente. Necesité una tragedia para entrar en este estado mental. Tú no necesitas una. Tienes potencial ilimitado y normalmente lo único que lo atora es tu propia cabeza. 

No quiero ser insensible aquí, reconozco todos mis privilegios y sé que salir adelante también implica suerte, relaciones y muchos factores. 

Dicho eso, créeme, si estuvieras en una situación en la que tuvieras que salir adelante, lo más probable es que lo harías. Y tal vez lo que te impide hacerlo es que no estás en esa situación. Es paradójico, pero está en ti el dar los pasos. No esperes, por lo que más quieras, a una tragedia que te saque a la fuerza de tu comodidad. 

No necesitas una tragedia para poner en práctica la fe en tu vida. No digo que te vuelvas una persona religiosa, si no lo eres. Sólo que intentes soltar el control y dejarlo en manos del universo, Dios, la fuerza creadora o como quieras interpretarlo. Que confíes. Que pongas un pie adelante del otro como si tuvieras la certeza de que el camino va a aparecer frente a ti. Ojalá que yo hubiera descubierto este hack antes. Ojalá que tú puedas. 

No necesitas una tragedia para vencer tus obstáculos. Y no necesitas esperar hasta darte cuenta de que la vida se escapó. Reconoce que lo tienes todo. Despierta del letargo. 

No sé quién tenga que leer esto, pero espero que para alguien signifique un llamado de atención. Espero que mi historia sirva para algo y que no se quede en un remolino aleatorio de dolor e indiferencia.   

Nuestro camino sigue. Estamos entrando al último tercio del tratamiento hiperbárico. Aunque Noa ha mostrado algunas mejoras, no ha tenido los resultados que otros niños que han pasado por aquí. No por eso nos vamos a rendir. 

Queremos llevarla al Austin Center for Developing Minds, un lugar al que algunos pacientes del Dr. Harch asisten después de pasar por Nueva Orleans. Ya de regreso en México, queremos llevarla a otros lugares e iniciar nuevos tratamientos y métodos para ayudarla a seguir adelante. 

Aunque, como dije antes, estoy trabajando duro para poder estar en una situación en la que tengamos la capacidad de cubrir todos estos gastos en el futuro, la realidad es que todavía no estamos ahí. Y la verdad es que no tengo idea de cómo le vamos a hacer en el corto plazo. La gente ha sido increíblemente generosa, pero todos estos tratamientos son costosos y los primeros meses de cuidado de Noa también lo fueron. Es más, aunque los costos de su cuidado han bajado, siguen rebasando nuestros ingresos mensuales actuales. 

Todavía no tengo idea de cómo le vamos a hacer para cubrir el tratamiento en Austin ni cualquiera de los tratamientos que sigan después de eso. Lo único que sé es que voy a seguir dando los pasos y voy a seguir buscando opciones y soluciones. 

Si tú o alguien que conoces puede seguir apoyándonos, lo necesitamos aún y lo seguiremos necesitando. Estoy diseñando nuevas formas en las que pueden apoyarnos y recibir valor a cambio. Pronto les vamos a compartir estos proyectos. Mientras tanto, nuestras cuentas siguen abiertas. 

Dinero no es la única manera en como nos pueden apoyar. Sus oraciones, pensamientos, intensiones y palabras de aliento también son agradecidas, valoradas y apreciadas. 

Estoy convencido de que el camino de Noa no se ha terminado. Cualquiera que sea el desenlace de nuestra historia, estoy agradecido por la revelación de todo el amor que nos rodea y que se ha manifestado en la forma de todos ustedes, quienes han estado con nosotros y nos han apoyado de todas las maneras posibles. 

¿Para qué estamos aquí, experimentando la realidad como seres sentientes y conscientes? No lo sé. Tal vez para amar. Quizá para asombrarnos. En ese caso, yo estoy asombrado por tanto amor. Al menos para eso ha servido esta situación.

Y si, de alguna forma, tú puedes usar esta historia para cambiar tu vida, ese será el consuelo más grande. 

Gracias por leer. 


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Adiós a Nunca Jamás

Hace poco volví a ver Hook (1991), esa extraña joya de la cual Steven Spielberg se siente ligeramente avergonzado. Recuerdo que, aun siendo pequeño, me fascinaba la idea sobre la cual está basada toda la trama: que Peter Pan, en algún punto, decide abandonar el País de Nunca Jamás para vivir como adulto en la Tierra. Renuncia a ser un niño por siempre y olvida por completo su vida en la isla mágica.

En aquel entonces, la decisión me resultaba incomprensible. ¿Cómo puede alguien preferir ser adulto, con todos los problemas que eso implica, por encima de vivir una vida divertida, espontánea, sencilla y mágica? Ahora, casi 30 años después, soy yo el que tiene que tomar una decisión muy parecida. 

Soy yo quien tiene que decirle adiós a Nunca Jamás. 

Los niños perdidos

Ya por acá les había contado que, para mí, Holbox es como una versión en vida real de aquella mítica tierra descrita en los libros de J.M. Barrie. Es un lugar para disfrutar la vida sin preocupaciones. Un lugar desconectado, hasta cierto punto, de la matrix, ese mundo de oficinas, automóviles, portafolios y valet parkings del cual varios llegan huyendo. 

El psicólogo Dan Kiley acuñó el término del “síndrome de Peter Pan” en los ochenta para referirse a la imposibilidad de ciertos adultos de asimilar su edad o de adoptar comportamientos relacionados con la vida adulta. Un lugar como Holbox es un imán de personajes así. 

Los niños perdidos al atardecer

Los niños perdidos. Los hay de muchos tipos. Están los viajeros, que se quedan tres, cuatro o seis meses, trabajando como meseros, cocineras, recepcionistas, o vendiendo sus propias artesanías. Pero también están los que viven acá de fijo. Por ejemplo, los emprendedores, que abrieron un negocio que muchas veces no tiene nada que ver con la vida que tenían en sus lugares de origen. Están los instructores de yoga y kitesurf, los gerentes de hotel, los músicos, los chefs. Los hay también a quienes no les hace falta dinero y viven retirados, dedicados a hacer lo que les gusta. 

Todos tenemos algo en común. Vivimos aquí porque lo que queremos es disfrutar. Podríamos estar en lugares en los que hay mayor oportunidad de crecimiento, de desarrollo, más oportunidades de negocios, más actividades y distracciones. Más opciones. Pero hemos priorizado la vida simple, la lejanía con la civilización, la tranquilidad. 

Y, ¿por qué no? Es un estilo de vida tan válido como cualquier otro. Hay a quienes les funciona de maravilla, hay quienes llegaron hace 20 años y, desde entonces, su vida no ha cambiado mucho. ¿Por qué querría Peter Pan salir de Nunca Jamás? 

Pensamientos felices

En Hook, Peter regresa a Nunca Jamás y tiene que volver a aprender a volar y a luchar, pero no logra encontrar su pensamiento feliz, indispensable para poder levantar el vuelo. Hay una escena en la que Peter finalmente comienza a recordar su infancia y recuerda también por qué tomó la decisión de crecer: lo hizo para poder convertirse en padre. En ese momento, descubre que sus hijos son su pensamiento feliz y, por fin, se eleva por los cielos. 

Mis pensamientos felices

Es una linda metáfora de los sacrificios y las decisiones difíciles que vienen con tener hijos, pero también de cómo los padres no dudamos en hacerlos porque los hijos se convierten en lo más importante en nuestras vidas. 

Y en esas estamos ahora. En las decisiones difíciles. Porque esta es la verdad: no quisiera tener que irme. Pero nuestra realidad es que no nos da para los costos de vida tan elevados de la isla. No estamos creciendo en ningún sentido, más allá, tal vez, del espiritual. No somos completamente felices ni podemos dedicarnos a disfrutar la vida acá porque sabemos que somos responsables de dos pequeños y no podemos vivir tan al día. Una verdad que produce ansiedad. 

Hay más razones. Holbox es genial para los primeros años de vida de los niños pero, pasado un punto, ellos comienzan a necesitar otras cosas que no podemos darles aquí. En nuestros días en Mérida hemos podido vislumbrar el potencial de actividades, clases y experiencias que los niños pueden tener en una ciudad. Saber que, en caso de una emergencia médica estamos a hora y media del hospital más cercano, tampoco es muy divertido. Éstas, aunado a la falta de escuelas, son las mismas razones por las que la mayoría de los foráneos con hijos pequeños se terminan yendo, tarde o temprano.

Tic tac, tic tac

Ahora que cumplí 35 años me vi al espejo y tuve uno de estos momentos cósmicos, en los que no reconoces a la persona en el reflejo. Así es, tengo miedo. Porque he pasado los últimos cinco años apostándole a esta aventura y, ahora, no sé muy bien qué hacer. Solo sé que el reloj no se detiene y me siento en problemas. Como al Capitán Hook, el sonido del tic tac me enerva. No puedo seguir siendo un niño perdido, no estoy en posición de serlo. Tengo que decirle adiós a Nunca Jamás y ser el padre que mis hijos merecen. Uno que se asegure de que no les falte nada y de que estén mínimamente protegidos. Tengo que dejar de posponer mi vida adulta. Y acá no lo voy a lograr. 

Pero vaya que duele. Este lugar significa mucho para mí. Estar aquí ha sido como una terapia lenta pero segura, que me ha permitido sanar y soltar. Un pacífico refugio en donde, poco a poco, he tenido el tiempo y la tranquilidad de volver a descubrirme. Y siento que, en un nivel inconsciente, esto es exactamente lo que mi yo citadino buscaba. 

Holboxterapias

Agradezco haber tenido la oportunidad. Los atardeceres, las risas, las comidas deliciosas, los carnavales, los ricos inviernos isleños, los amigos, el olor a brisa, la arena bajo los pies, las fragatas, los pelícanos. También agradezco las lágrimas, el sufrimiento, los fracasos, la frustración, los charcos y hasta los mosquitos, todos han sido maestros en este aprendizaje. 

Agradezco, sobre todo, haber podido estar aquí estos últimos tres meses de cuarentena, en los que pude tener un vistazo al Holbox del pasado, ese que existía antes de la llegada del turismo masivo. Pude disfrutar las calles y las playas vacías, el silencio. Una oportunidad realmente única. 

Solo espero que, a diferencia de Peter, nunca se me olvide mi tiempo en esta isla y lo poquito que necesitamos para vivir. Espero siempre recordar el sonido del caracol al atardecer y a Narán corriendo a toda velocidad en la bici para alcanzarlo. Fuimos felices y sí lo supimos. Es por eso que, si existe un cielo, no me molestaría que fuera un loop de los últimos cinco años. 

La dosis diaria de magia

Ahora, toca tomar una foto mental de este momento, dar media vuelta y seguir hacia adelante. Al fin y al cabo, siempre podré aplicar la de Robin Williams y regresar a esta tierra encantada y, aunque al volver sea una persona distinta, sé que la magia estará esperándome aquí.

Abraham B.R.

Querido Narán: saludos desde la distopía

Querido Narán,

me gustaría poder decirte que las cosas han mejorado en estos dos meses, pero no es así. Quisiera poder anunciar que hemos vencido al coronavirus y que la humanidad ha encontrado un nuevo propósito, un renovado sentido de conexión y hermandad. 

La cruda realidad es otra. En plena pandemia, no dejan de aflorar los mismos problemas que venimos cargando desde hace tanto. Desde siempre. Aquellos que no nos permiten crecer, evolucionar, alcanzar nuestro potencial como especie. 

Este inolvidable año trajo a la superficie algunos de nuestros rasgos más oscuros. 

Toma la historia de Caín y Abel. Dos hermanos compiten por la atención y aprobación de Dios. Uno la obtiene, el otro no. El segundo mata al primero y aquí es donde se escucha el efecto sonoro del disco que se detiene cuando se bota la aguja. ¿Caín mató a su propio hermano? Pues sí.

Esta historia simboliza la violencia fraternal, un capítulo muy largo de la condición humana. Tan antiguo como la misma especie. Hacerle daño a tu hermano parece ir en contra de la intuición, del instinto incluso. Pero es una historia que hemos repetido millones de veces. Y contando. 

¿Por qué lo hizo Caín? ¿Cómo es que su rencor pudo más que la empatía? ¿Por qué gravitamos hacia los actos más violentos con tanta facilidad, con tanta fuerza? ¿Por qué era tan importante ganar? 

Ha pasado mucho tiempo desde que esta historia fue escrita, pero poco ha cambiado. Seguimos encontrando razones para dividir, para enfrentar, para dibujar líneas en la arena. Para agredir, conquistar y despojar. Cuando no es la religión, son las líneas imaginarias que dividen el trozo de planeta en donde nacimos. O el color de nuestra piel. 

Tal vez hayas escuchado o leído de la crisis social y humanitaria que se vive en Estados Unidos que, hasta este momento, sigue siendo la máxima potencia política y cultural. La muerte de George Floyd, a manos de un policía, desató una ola de protestas que han sido brutalmente reprimidas por el gobierno. 

No solo eso. Así como el incidente despertó las conciencias y sacó a la gente a marchar a las calles, también hizo que salieran de las cloacas los racistas. Puedes verlos atropellando manifestantes o comentando en Twitter. En Estados Unidos, en México, están por todas partes. 

Y la verdad es que resulta desgarrador. Tan solo en la historia reciente, los últimos cien años, tenemos algunos de los acontecimientos más trágicos que se han suscitado por causa del racismo. Algunos de los crímenes más viles y las manifestaciones más perversas y violentas de este problema. Y parece que no hemos aprendido nada. Parece que todo ha sido en vano. 

Tal vez no es así, pero el que todo esto se haya dado en esta época pinta mi percepción de color gris oscuro. Si en la carta anterior te hablaba de la esperanza de que este virus nos recordara que todos somos parte de lo mismo y estamos conectados, en esta puedo decirte, con toda seguridad, que eso no va a pasar. Hoy, la sensación es que tenemos mucho camino por recorrer. Mucho dolor por padecer. 

Pero qué distante es todo este sufrimiento para ti, ahora que tu vida es más sencilla y feliz que nunca. Estos últimos dos meses los hemos pasado encerrados en la casa. Hace como un mes, incluso, prohibieron que los niños salieran a la calle. Yo pensé que esto iba a ser el acabose, ¿tú encerrado todo el día en este diminuto espacio? 

Me equivoqué. La verdad es que has estado, por la mayor parte, más tranquilo que nunca. Tal vez es que nos tienes todo el día aquí, o quizá es la rutina que logramos construir. Lo cierto es que te sentimos contento, cariñoso, adaptado. 

Hemos pasado mucho tiempo y hecho muchas cosas juntos. En mayo me propuse hacer un mini-film todos los días y en varios de ellos me ayudaste, nos divertimos mucho.

Has estado tomando clases de música y la estás rompiendo. Puedo ver que, más allá del talento natural que tienes, es algo que genuinamente disfrutas y te emociona. Tu maestro está sorprendido contigo y dice que cuando cumplas seis años te va a sentar en un piano. 

También te la pasas haciendo dibujos y estos han evolucionado mucho. Tu mamá y yo oscilamos entre comentar tus nuevas técnicas y psicoanalizar las posiciones de cada miembro de la familia y cuántas extremidades tiene cada uno. Así es como hemos dado con esta extraña tendencia de dibujar a tu hermana sin brazos, a veces sin cara. Más allá de preocuparme por eso, me gustaría entender todas esas emociones, tan chiquitas y tan grandes a la vez, que fluyen por esa cabezota. Sé que te sientes un tanto desplazado. Sé que no te encanta compartir la atención. También sé que estás aprendiendo, poco a poco, a amar a tu hermana. A verla como tu cómplice y no como tu competencia. 

Después de todo, ella es lo que tienes en este mundo. Vas a tener amigos y los vas a perder. Amores tal vez vayan y vengan. Otros familiares estarán ahí para ti, a veces sí y a veces no. Pero tu hermana siempre será tu hermana, esa persona con quien compartes un backstory, una crianza, dos papás y un genoma. Ese vínculo es imposible de replicar. 

Y estoy seguro de que, eventualmente, vas a comprender esto plenamente. Por ahora, no estamos ahí todavía, no del todo. Pero ahí la llevamos. 

Recuerda la historia de Caín y Abel y aprende de la lección que contiene entre líneas. No hay nada más perverso y profano que levantar la mano contra tu propio hermano. Nada refleja tanto la victoria del ego sobre una persona que el menospreciar, discriminar, lastimar y atacar a su próximo. Si puedes entender esto, ya estás del otro lado.

Hace un par de días que la cuarentena se relajó un poco en la isla. Justo a tiempo para nuestra partida definitiva. Seré franco: me inquieta un poco ir al mundo exterior. Siento que haber estado aquí durante la pandemia me hizo sentir seguro, resguardado. Como tú lo estás ahora, cuando tu vida entera se desarrolla bajo nuestra compañía y supervisión. Sé que no será así siempre, tarde o temprano tú también tendrás que salir a hacerte bolas a un mundo que es tan fascinante como aterrador. 

Tampoco quiero engañarte acerca de lo que puedes encontrar allá afuera. El mundo es una jungla cruel y el universo es un campo de juego neutro y frío. Así que mi plan es mostrarte diferentes paradigmas y formas de percibir el mundo. Compartirte cuál sería mi ideal, pero contrastarlo con la realidad. Así, tú sabrás que switch subir y cuál bajar, según lo requieras. En el mejor de los casos. 

Hace poco me hiciste algunas preguntas sobre el Boogeyman, el villano de tu nueva película favorita. De pronto, me vi hablando contigo del bien y el mal y lo único que podía pensar es que no sé si quiero este trabajo. Pero pues ya lo tengo, así que solo me resta entregarme y esperar lo mejor. 

Quisiera poder decirte y que me entendieras que lo mejor sería olvidar esa prisa que has expresado tener por crecer y ser grande. 

Como seguramente ya lo sabes, es una trampa. 

Abraham B.R.

Cosas random

Nunca olvidaré las mañanas de workout y yoga, ni las tardes de construir con bloques, jugar a las escondidas y luchitas. Tus extraordinarios dibujos, tus canciones, tus puntadas. Gracias por este tiempo. 

Película: Rise of the Guardians

Libro: Horton and the Kwuggerbug

La razón para hacer homeschool, pt. 2

Bueno, pues después del post todo emocional que me aventé la vez pasada y después de algunos meses del tan esperado homeschool, vengo con la segunda parte. 

Nunca he llevado a Narán a la escuela ni a la guardería. Esto lo digo para que sepan que estoy acostumbrada a estar con el 24/7. Lo más que nos hemos separado en su vida fueron dos días y, francamente, lo pasamos muy mal los dos. Después de haber aclarado esto, quiero decir que esto del homeschool no es fácil. Una cosa es jugar muy lindo con tus hijitos todo el día o ponerlos a ver la tele y otra muy diferente es entrarle a la disciplina y a los saberes. 

No puedo hacerme pato con que el niño no se aprenda esto o lo otro y no tengo a nadie a quien echarle la culpa de las cosas que él no domina. No puedo ir a una junta a exigir que le encuentren la manera porque, claramente, mi angelito no es la bronca. La bronca, por supuesto, es la miss. Y aquí, pues, la miss soy yo. 

He tenido que aprender cómo pedir las cosas, a qué hora, a leer las señales de la siesta, a saber cuándo puede un poquito más y, si no sale como lo tenía planeado, a desbaratar todo y encontrar otra manera. 

Les comento todo esto porque quiero hablar de las razones. 

Cuando las cosas se ponen difíciles, es esencial que tengas muy presente cuál es la razón por la que estás, voluntariamente, entrándole a esto. Cuando los días van bien, todo es hermoso y perfecto, pero cuando no son tan buenos es cuando necesitas tener claro por qué lo haces y repetirlo para ti misma las veces que sea necesario. 

Razones posibles hay muchas y me ha tocado escuchar de todo. Desde las razones religiosas hasta las necesidades especiales que no pueden ser atendidas como nos gustaría en una escuela tradicional. La verdad es que las razones son 100% personales. 

Esta es la pequeña lista de razones que nosotros tenemos para educar a nuestros hijos en casa. 

1. Capacidad del sistema educativo

Mis hijos son niños salvajes. Desde chiquitos, les hemos facilitado el descubrimiento y (muchas veces sin querer) la aventura. Narán aprende haciendo las cosas. Varias veces al día me he encontrado tratando de explicarle cosas para que él termine rompiendo,  ensuciando o arruinando algo porque le cuesta trabajo escuchar. No es que sea rebelde, es que ese no es su estilo de aprendizaje. Él trabaja sentado, parado, acostado, bailando, etc. y es porque necesita moverse. Si mi hijo estuviera en un salón de clases tradicional, ni él ni yo saldríamos de la dirección, lo he visto pasar muchas veces. Me niego a que mi hijo crezca pensando que es «malo» o «tonto» o que «eso de aprender no se le da». 

2. Encuentro con la naturaleza 

En estos tiempos de tecnología, Abraham y yo creemos que la conexión con la naturaleza es algo sumamente importante. No importa qué tanto conocimiento tengas de las cosas si no sabes de dónde viene tu comida, si no sabes cuidar a un ser vivo y saberte parte de ese ciclo. Vivimos en un mundo repleto de misterios y de belleza. Es inexcusable no interesarse y no cuidarlo. Me gustaría decir que estos valores son centrales en la educación tradicional, pero no es así. 

3. Más tiempo juntos

Los hijos están contigo solo una parte de su vida. Solo unos añitos. Para mí es súper importante y súper bello pensar en todas las cosas que pasamos juntos. Todo lo que vemos, lo que nos conocemos, los juegos, las risas que salen de la nada, las comidas, las horas de lectura. Disfruto la vida con mis hijos y disfruto pensar que estoy construyendo relaciones sólidas para toda la vida. Una vida de historias y de experiencias. 

Velo de esta forma. Si tus hijos entran a la escuela a los tres años, para cuando se gradúen de la prepa habrán pasado aproximadamente 19,500 horas separados de ti. Casi un cuarto del tiempo total que estarán contigo, ya quitando las horas de sueño. 

4. Amor por el aprendizaje

Yo no sé ustedes, pero a mí me chocaba la escuela. Me chocaba estudiar, me chocaba la tarea, me chocaba todo. Nunca he sido tonta y nunca se me ha complicado el estudio. Aún así, me pasé varios años reprobando como campeona, porque me.va.lí.a. Hay muchas cosas que he aprendido a destiempo porque me interesó investigarlas y porque le encuentro valor a saber y a aprender. Queremos que nuestros hijos crezcan con ese sentimiento, queremos que les guste agarrar un libro, abrir el internet y entender cómo pasan las cosas y por qué.

5. La responsabilidad del aprendizaje 

Creo que uno de los aprendizajes más importantes en nuestra época es el de saber que tienes el conocimiento de todo el mundo a tu disposición y que lo que sabes o no sabes no es responsabilidad de nadie más que tuya. Hacer las cosas y hacerlas bien no depende de que alguien te esté correteando ni presionando. Es responsabilidad y privilegio tuyo, ¡el cielo es el límite! 

6. El aprendizaje va más allá de memorizar

Ser exitoso en la vida no depende solamente de que saques 10 en todo. Ser exitoso es tener tu vida en orden. Entender que eres parte de todo y que somos interdependientes. Lavar tu ropa, acomodar tus platos, comer bien, ser amable, meditar, hacer ejercicio, planchar, leer, pintar, cuidar a tus hermanos, recoger flores por la tarde, ir a escuchar el mar. Todo es necesario para ser una persona plena que aporta al mundo. Nosotros tenemos el enorme privilegio de que la casa es el lugar en donde se aprende todo lo que consideramos que es importante para la vida, las letras y los números son solo una parte del día a día. 

7. Libertad

El papá y la mamá de mis hijos son dos seres que anhelan libertad. Libertad de pensamiento, de movimiento, de residencia. En nuestros sueños nos movemos por diferentes lugares haciendo diferentes cosas. Nada de esto es posible si nuestros hijos tienen que cumplir con ciertos días de escuela para que puedan pasar de año. 

Si solo lees lo que dice tu libro, ¿qué pasa con lo demás que te interesa? Si solo lees una perspectiva de cómo son las cosas, ¿tienes libertad para emitir una opinión, para escoger? Ahí se los dejo de tarea…

No puedo quejarme de mi experiencia, estos meses han sido muy lindos, ha sido lo que esperaba. Ahora, no esperaba que fuera fácil.

Esos días en los que a las 10 de la noche siento que me aplastó un camión, hago un recuento de las cosas buenas y, sobre todo, hago un recuento de las razones por las que hemos elegido este camino. Me animo, me duermo y al día siguiente lo volvemos a hacer. Si estás en esto, seguro sabes de qué estoy hablando. 

Si de verdad quieres entrarle al homeschool, te recomiendo que primero hagas una lista de los porqués, ¡eso es lo más importante!

Querido Narán: una postal desde la pandemia

Querido Narán,

siento que te escribo desde una dimensión completamente diferente a la que habitábamos cuando hice la primera carta. Una realidad paralela. El mundo, hijo, dio un giro dramático en estos dos meses, cual película de M. Night Shyamalan. De hecho, así se siente ahora la realidad: como una película. 

Me imagino que conoces los detalles de la pandemia del COVID-19 del año 2020, pero tal vez para ti es un hecho histórico más que, aunque estabas vivo cuando sucedió, no recuerdas realmente. Algo así como la caída del Muro de Berlín para mí. Desde acá, esta situación se empieza a sentir como el evento más importante que nos ha tocado vivir. 

Gran parte de lo que nos tiene en shock es la velocidad a la cual se han dado las cosas. En el transcurso de un par de semanas, el coronavirus pasó de ser una noticia de algo terrible ocurriendo al otro lado del mundo a modificar casi cada aspecto de nuestras vidas. 

Las calles del pueblo, como las de tantas ciudades en el mundo, están prácticamente vacías. Acá además hay ley seca y toque de queda. El silencio estremece un poco, pero también permite que los cantos de las muchas aves con las que compartimos la isla resalten más en la mezcla, por así decirlo. Aunque el miedo y la incertidumbre ya comienzan a hacer sus estragos, seguimos mucho más tranquilos que en la mayoría de lugares, principalmente porque (hasta ahora) no hay casos confirmados y la entrada está bastante restringida. 

Lo extraordinario de este virus (o bicho, que es la palabra que usamos para explicarte) es que está trayendo al primer plano una verdad que fácilmente olvidamos: que todos estamos conectados, que somos parte de la misma cosa. Todos estamos en esto y en cierta forma se siente como un despertar. Un despertar del letargo, del modo fábrica, del individualismo. 

Simultáneamente, nos ha dado la oportunidad de mirar hacia dentro. Por algo, el confinamiento es observado como práctica espiritual por monjes, chamanes y otros ascetas. Sin las distracciones del mundo exterior, el interior brota a la superficie. La terapia es ineludible. Sumado a esto, el tiempo adicional con la familia ha traído de vuelta los juegos de mesa, las conversaciones, las historias contadas. La conexión.  

Por si fuera poco, el coronavirus también ha parado en seco a la vorágine de la economía mundial, con todo lo positivo y lo negativo que esto implica. Es cierto que se avecina una crisis como ninguna que nos haya tocado a los que estamos vivos ahora. Pero también lo es que la Tierra respira por toda la contaminación que estamos dejando de generar. No sé, tal vez todo esto sirva de ensayo para cuando tengamos que unirnos y hacer frente al cambio climático, otra cruda realidad a la vuelta de la esquina. 

Para ti, sin embargo, la vida no es que haya cambiado mucho. Sales menos de la casa, sí, pero hasta el momento en que escribo esto lo haces al menos una vez al día, cuando vamos a ver el atardecer a la playa. Ahora, con el restaurante cerrado, yo paso más tiempo con ustedes. Tu comadre Victoria ya no viene a hacer escuelita contigo, son solo tú y mamá otra vez. 

Por otro lado, tu comportamiento sí ha cambiado. He hablado muchas veces con tu madre de la forma en que te alimentas de nuestra energía, nuestro estado mental y físico, nuestros niveles en el inteligenciaemocionalómetro. Puedes percibir perfectamente el estrés, la inestabilidad, el miedo y la incertidumbre. Y todo este input empieza a afectar tu propio estado de ánimo, tu equilibrio. 

Hace un par de meses, te veíamos muy bien, de vuelta en la isla, en tu elemento, con rutinas más o menos establecidas. No por coincidencia, nosotros mismos nos sentíamos bien, disfrutando nuestros últimos tiempos por acá, más involucrados en el negocio que nunca. 

Y, de pronto, esto. Pasamos de “van a bajar mucho las ventas” a “creo que vamos a tener que cerrar el restaurante la próxima semana” y luego a “el mundo entero está parado y no sabemos bien qué va a pasar”, todo en cuestión de días. Nosotros, que teníamos planeado seguir abiertos hasta el inicio del verano, tuvimos que despedirnos del proyecto en urgencia, sin tiempo para procesarlo ni chance de llorarlo. En el horizonte, hay una crisis económica cuya dimensión es difícil de asimilar aún. Y es que nuestra familia no está precisamente preparada para eso. 

Entonces, claro, estamos preocupados y un poco tocados. Dentro de todo, tratando de mantener el buen rollo, hablando de lo que pensamos y sentimos, siendo comprensivos unos con otros. Pero la inestabilidad te ha alcanzado y no hemos tenido días fáciles en nuestra relación contigo. 

Siempre has tenido un carácter desafiante. Te gusta empujar los límites, encarar. Esa alma tan salvaje me encanta, pero a la vez me desgasta. En tiempos en los que te sientes inestable, esta parte de ti crece y parece tomar el control. Tenemos que encontrar dentro de nosotros la paciencia y la determinación para mostrarte que hay límites y tienes que respetarlos, aunque no te guste. 

Cuando veo en tu mirada la fuerza de tu enojo y frustración, no puedo negar que me siento un tanto intimidado. No por ti, sino por saber que tengo la responsabilidad de encauzar esa poderosa energía y, de alguna forma, lograr que ese halo desafiante que parece acompañarte desde la cuna no te estorbe, sino que te sirva y te funcione en la vida para lograr cosas grandes. 

Así que hijo, en medio de la pandemia, te envío mi mejor deseo: que imites, en lo bueno, al coronavirus. Que no dejes indiferente a nadie en tu paso por el mundo. Que uses esa gran voluntad y determinación para ser una fuerza transformadora de tu entorno. 

Porque el mundo que te va a tocar vivir pinta para estar repleto de retos. Retos que van a requerir personas brillantes y testarudas.

Como tú, campeón. 

Abraham B.R.

Cosas random de estos tiempos

Adiós Toy Story, lo de hoy es Paw Patrol. Desde que viste la serie en las vacaciones de diciembre, es lo único que quieres ver en los ratos de pelis. He tratado de interesarme en ella, dado que te tiene tan fascinado y a pesar de que cada episodio tiene exactamente la misma estructura. Sé que tu cachorro favorito es Skye, porque vuela, claro. También sé que te gusta Marshall, el torpe, al punto en que últimamente haces como que te resbalas y tropiezas todo el tiempo para parecerte a él. 

Comienzas a jugar con Maia, aunque por ahora solo hay un juego: tú la persigues a ella hasta que la tiras. También empiezan a “platicar”, los intercambios son breves y sencillos, pero adorables. 

Qué hacer en Holbox con niños

Algo que pasa al vivir en un lugar como Holbox es que, de pronto, todos piensan que eres guía turístico. Gente que no te ha hablado en años se pone en contacto contigo para preguntar cuál es el mejor hotel y si tú tendrás algún conocido en algún lugar que pudiera conseguir mejores precios. 

La realidad es que nosotros tenemos vidas normales en un lugar turístico. Yo siempre recomiendo los mismos cuatro hoteles a los que de hecho he entrado y los mismos restaurantes que son en los que yo como. 

Aunque no lo crean, no he hecho ninguno de los tours y tuve que esperar a que vinieran mis amigas para conocer la famosísima punta de la isla. 

El punto es que, a menos de que nos dediquemos a los tours, muchos de nosotros les quedamos a deber con las recomendaciones. La única experiencia valiosa que tengo en la isla es la de estar en ella con niños, así que ahí les va mi lista de recomendaciones de qué hacer con niños en Holbox. 

Antes de empezar, deben saber que una de las bellezas de vivir aquí es que no hay nada que hacer. No vengan esperando actividades, ludotecas, juegos ni un cine. 

Aquí nos gusta lo natural, lo tranquilo, lo sencillo. No tenemos nada más que la playa y eso ya garantiza unas vacaciones totalmente distintas. No habrá con qué distraer a tus hijos, ni donde dejarlos. Te espera un tiempo muy especial si vienes dispuesto a contemplar. 

Nosotros hemos contemplado a nuestros hijos hasta el cansancio. Su mirada, su risa, cómo corren, cómo duermen, cómo sienten el aire, cómo viven el agua. Sus mejillas tocadas por el sol, sus manitas jugando con la arena. Es el lugar perfecto para conectar con ellos. 

Teniendo eso en mente, ¡aquí va! 

1. Renta una bici y vete a pasear

Puedes rentar bicis con sillita aquí. Empieza en el centro y ve a Punta Coco. Bájense, métanse al mar o vayan hasta la otra punta. Vayan por la playa de regreso, se pone lindo. Tip extra: lleva repelente, de preferencia de la marca OFF. Sin previo aviso y, de la nada, ¡atacan los moscos!

2. Desayuno en Mandarina 

Mandarina es de nuestros lugares favoritos. La comida es deliciosa, el café tiene refill, el lugar está súper a gusto para platicar y es de los pocos que tienen frente de playa. Los niños pueden revolcarse o jugar en la arena un rato mientras los adultos los miran desde las mesas. 

3. Kayak en familia

El mar en Holbox es muy tranquilo. A menos de que haya norte, ¡casi no hay olas! Esto se presta para actividades como paddle surf y kayak, con esta última tenemos cierta experiencia. No sé si lo recomiendo para quienes llevan bebés, pero para niños de tres años en adelante puede ser muy divertido. El tiempo mínimo para rentar uno es 30 minutos, que también es más o menos el máximo que un niño pequeño te va a aguantar. Para niños de más de 6 o 7 años en adelante, podrían considerarse expediciones más largas. 

4. Lleva un bote de burbujas a la playa

Creo que este se explica solo. 

5. Camina de una punta a la otra y déjalos que corran

Si el objetivo del día es cansar a los retoños, nada como caminar del hotel Las Nubes hasta Punta Coco. Se trata de un recorrido por toda la playa habitada de la isla, aproximadamente 4 kilómetros. Para mayor agotamiento, anímalos a que se echen un sprint de vez en cuando *guiño*. 

6. Métanse al mar en la tarde 

Las playas de Holbox son muy superficiales, normalmente el agua no pasa de la rodilla en los primeros 50 metros. Osea que es como un chapoteadero gigante, por lo que es uno de los mejores destinos para disfrutar el mar con niños. El mejor momento, para mí, es en la tarde, en la hora previa al atardecer. Mientras el cielo se pinta de colores y el sol se prepara para desaparecer en el horizonte, comienza un show de magia muy especial.

Un show de magia cada día

Precaución: en invierno, esta hora no es la mejor para meterse al mar, suele estar demasiado frío, sobre todo para las bendiciones. 

7. Disfruta el silencio 

Shhhh

8. Vayan por un helado y siéntense en el muelle 

El atardecer en el muelle es el cliché, pero hay una razón: la vista del sol es una de las mejores, sin importar el momento del año (el punto exacto por el cual se pone el sol varía a lo largo de las estaciones). Para lo del helado, recomiendo Por Qué No y El Mangle Blanco (además de la ubicación en el link, tienen otro punto de venta a escasos 100 metros del muelle).

9. Haz un Q&A sentados en la playa 

Este se me ocurrió porque ya me ha pasado que termino sentada en la playa, viendo al horizonte, contestando preguntas difíciles sobre la vida, el mar, las nubes y los aviones. 

10. ¡Haz un picnic!

Ya sea que compren comida para llevar o que se preparen algo en su Airbnb, comer frente al mar es un lujo que se pueden dar en un lugar como Holbox. Eso sí, por lo que más quieran, recojan toda su basura, respeten el entorno y ¡nada de hieleras de unicel!

11. Vayan a recoger conchitas, júntenlas por colores y por estilos (¡pero luego regrésenlas!)

Si les gusta interactuar con la naturaleza, encontrarán una gran variedad de conchitas en la playa (nosotros les llamamos tesoros), que pueden recoger, organizar, hacer figuras con ellas y tomar fotos lindas. Es importante regresar las conchitas a la arena, los buenos recuerdos es lo mejor que te puedes llevar.

12. Marquesita y a jugar al parque

Por si no lo sabían, las marquesitas son el postre por excelencia en la península. Se trata de una crepa crujiente, enrollada como burrito, rellena de queso de bola (tradicionalmente) y otros ingredientes como: nutella, mermeladas, cajeta y leche condensada. Los puestos están alrededor del parque, por lo que pueden completar el plan con un rato en los juegos para niños. 

13. Visita al refugio

Una visita al Refugio de Animales de Holbox es una de las experiencias más significativas que le puedes regalar a tus pequeños. El equipo de este lugar realiza una tarea incansable de educación ambiental, servicios veterinarios, campañas de esterilización, rehabilitación de animales lastimados, entre muchas otras. Aquí, los niños pueden conocer a los animales que lo habitan (hay perros, gatos, aves y mapaches), bañarlos y sacarlos a pasear. El refugio funciona con donaciones, te animamos a que consideres aportar una. 

14. Los mejores restaurantes para ir con niños

Hay algunos lugares que son muy cómodos para ir a comer o cenar con niños (¡hay muchos que no lo son!). Déjame recomendarte tres:

  1. Roots (pizzas). Este lugar es abierto y muy amplio, pero está perfectamente contenido y las mesas alejadas de la calle. Adentro hay un brincolín y ya con eso te dije todo. Por las noches hay música en vivo y el ambiente es muy agradable. 
  1. La Tapatía (jaliciense). Similar a Roots en que el espacio es amplio pero está bardeado y es seguro. Hay un set de estos clásicos con dos resbaladillas y rampa para escalar. También hay carritos y triciclos. ¡El mejor pozole de la isla!
  1. Raíces Beach Club (pescados y mariscos). Frente al mar, lejos de cualquier calle, en un espacio súper amplio y con la posibilidad de probar la pesca del día, este lugar es ideal para ir con niños. Lo mejor de todo es el atardecer, ya que hay un ritual que a los niños les suele llamar mucho la atención. Al ponerse el sol, los empleados (y, si anda por ahí, el dueño mismo) salen a tocar el caracol para despedirlo. Al finalizar, un “hombre búho” (a.k.a., un danzante al estilo de los concheros del Zócalo, maquillado y ataviado con un traje de ave) hace un pequeño espectáculo de música, danza y hasta un poco de magia.

Mención honorífica: Le Jardin (pan y desayunos). Hay un área semi-cerrada para niños con juguetes y libros. Hay sillones para que los papás se sienten con ellos.

Bonus track: la bioluminiscencia 

Uno de los principales atractivos de la isla es el brillo fosforescente de los pequeños microorganismos que habitan el mar, conocido como bioluminiscencia. En temporada lluviosa (junio a noviembre), se puede observar en cualquier lugar de la playa que esté lejos del alumbrado público y siempre y cuando ese día no haya luz de luna. En otros momentos del año, puedes pedir que te lleven a ciertos puntos en donde los taxistas y los operadores de tours ya saben que se puede ver (esto puede implicar adentrarse un poco en el mar). La verdad es que es un fenómeno espectacular, que solo se puede ver en ciertos rincones del planeta y que vale mucho la pena, pero tienes que tomar en cuenta que implica meterse al mar en la noche. Como el kayak, creo que aplica para niños más grandes. 

Si vienes en plan relax, con la idea de disfrutar la naturaleza y a la familia, consciente de las limitaciones de la isla, viajar a Holbox con niños puede ser una experiencia súper linda, divertida y enriquecedora. Espero que esta guía te sirva para darte una idea de todo lo que puedes hacer con ellos. Si tienes alguna duda, escríbela en la sección de comentarios y con gusto te la contestamos. 

Ana E.B.

Cosas deliciosas que he comido en mi restaurante

Hay días, muchos, en los que me pregunto en qué momento se nos ocurrió poner restaurantes. Días en los que todo parece salir mal y cuesta trabajo pensar en buenas razones para dedicarse a esto. 

De hecho, hay todo un texto en camino que habla, justamente, de esto. Pero, por ahora —y a manera de prefacio—, quiero hablar de la otra cara de la moneda. Hablemos de los pros de tener un restaurante. 

Ahí les va una verdad. Con todo y los problemas, las angustias, las fallas y las áreas de oportunidad, nunca me había sentido tan orgulloso de ser parte de un proyecto como me siento de ser parte de NÁAY. Es un lugar en el cual genuinamente me gusta estar y comer. Me emociona la posibilidad de combinar mis ingredientes favoritos y hacer experimentos basados en la intuición. La idea de compartir nuestra comida con el mundo me ilusiona. 

El hecho de que el restaurante haya surgido como una extensión de nuestra propia versión de la comida casera, un cruce entre lo saludable y lo soul, nos ha dado la oportunidad de explorar nuestras fantasías gastronómicas. Al mismo tiempo, el proyecto ha atraído a cocineros y chefs que han aportado sus propias contribuciones, estilos y recetas. 

En cierta forma, NÁAY ha sido como un laboratorio en donde hemos podido darle vuelo a la imaginación y reinventar las ideas de comida saludable que el Internet nos ha alimentado por años. El resultado ha sido un interminable reparto de cosas deliciosas que he tenido el privilegio de comer ahí. 

Así fue como se me ocurrió el concepto para esta entrada. Hacer una compilación de las cosas más ricas que he probado en NÁAY que, a la vez, sirviera como una especie de crónica de las diferentes etapas en la historia del restaurante. Algunos de estos platillos formaron parte de menús pasados, otros son combinaciones de bowls que terminaron en creaciones sublimes, unos más son especiales de temporada, otros son lados B y pruebas que no llegaron nunca a la carta. También hay algunos platillos que aún se pueden ordenar actualmente. 

Acompáñenme a ver esta deliciosa historia. 

Tasty Green

Cuando abrimos, la idea era tener bowls de fruta por la mañana y bowls de ensalada por la tarde. Pronto nos dimos cuenta de que al menú de la mañana le hacían falta cosas calientes y saladas. Así fue como metimos dos bowls calientes hermanos: el Farmer’s Bowl y el Tasty Green. Cuatro meses después de abrir, cerramos el turno de la mañana porque no estaba funcionando. Durante todo 2018 no tuvimos desayunos, pero el Farmer’s y el Tasty sobrevivieron en el menú, aunque en horario limitado. En enero de 2019 reabrimos los desayunos con una carta aumentada y mejorada, pero en mayo de ese año tuvimos que volver a cerrar el turno y ese fue el final de uno mis platillos favoritos en la historia del local. Aunque con ciertas variaciones a lo largo del tiempo, el Tasty llevaba una base de espinaca salteada con quinoa, huevo, queso, aguacate, nueces, mezcla de semillas y pesto de albahaca. El que aparece en esta foto tenía, además, un extra de papas cambray. 

Especial del mes, febrero 2018

La historia de este bowl se remonta a un día en el que nuestro proveedor de fruta nos envió pimientos amarillos porque ya no tenía rojos. Recuerdo haber ordenado un bowl con pimiento, manzana y pollo curry, este último lo estábamos estrenando. Se veían tan bien los tres ingredientes de color amarillo que se me ocurrió el concepto para el especial del siguiente mes: un bowl completamente amarillo. El reto, claro, era que no solo se viera bonito, sino que de hecho supiera bien. Nadie en el equipo creyó mucho en el bowl cuando leyeron la lista de ingredientes, pero a mí me encantaba así que insistí. El bowl fue un hit, fue de lo más vendido ese mes e incluso lo mantuvimos hasta la mitad del mes siguiente. Esta bomba de felicidad llevaba su cama de lechuga y: pimiento amarillo, manzana golden, elote, couscous, pollo curry, queso feta, almendras y aderezo de mostaza-miel. ¡Pum!

Sándwich de falafel

¿Ubican el término “clásico instantáneo”? Se suele usar para describir algo (normalmente una libro, un álbum o una película) que, desde que sale al público, tiene pinta de convertirse en un favorito, en un elemento esencial, un clásico. El término aplica a la perfección para nuestro sándwich de falafel, un ítem que solo estaba esperando para ser incluido en el menú y convertirse en uno de los platillos más vendidos del restaurante —hasta la fecha. Esta joya, inspirada en los sabores de Medio Oriente, lleva una ensalada de lechuga, pepino, tomate y cebolla morada con salsa tzatziki (yogurt griego, sal y eneldo), nuestro delicioso y crujiente falafel de garbanzo, todo dentro de un pan pita embarrado con hummus. El que sale en esta foto, además, parece haber sido coronado con aguacate. Quien dijo que no existía el sándwich perfecto, nunca pasó a comer por acá. 

Tofu scramble

De vuelta al extinto menú de desayunos con esta maravilla que está tan de moda en los lugares saludables y veganos del mundo. Nuestra versión llevaba chaya, para darle el toque maya. El tofu se cocinaba con un poco de aceite de coco, cúrcuma y camote. Al final, se coronaba con una mezcla de semillas. A éste en particular, le añadí aguacate y queso de cabra, quitándole todo lo vegano. 

Postre vegano

Hablando de cosas veganas, esta tarta estuvo cerca de un año y medio en el menú. Puedo decirles, sin miedo a equivocarme, que es el postre vegano más rico que he probado en la vida. La receta varió un poco a lo largo del tiempo, pero la “harina” de la corteza estaba hecha de nuez de la India, avena y miel de agave. El cacao era el sabor dominante y el coco rayado le ponía el toque final. La presentación de este platillo cambió muchas veces, aquí está con almendras, una zarzamora, arándanos y mezcla de semillas. 

Bowl sin título

Siempre extrañaré los bowls de fruta. Por más que me los haga en casa, nunca hay la variedad que estaba disponible en el restaurante y, claro, rara vez se ven tan bonitos como éste, que creo que no necesita mayor descripción. 

Hummus

El 2019 fue un año interesante para NÁAY. En un lapso de seis meses, llegaron a la cocina varios personajes cuyas influencias se traslaparon, se fusionaron y, en ocasiones, chocaron. El primero de ellos fue un chef con un toque magistral y una imaginación prodigiosa. De alguna manera, tomaba nuestras recetas y las convertía en algo mucho más delicioso y mejor presentado. Así, como si fuera magia. Su estancia fue pasajera porque su volatilidad igualaba su genio, pero este hummus que está aquí es uno de los mejores recuerdos que tengo de sus días en el restaurante. Ese “cráter” lleno de aceite de oliva es un ejemplo del tipo de ocurrencias que le daban alma a la comida. 

Wrap de huevo

Esta misma persona le metió mano a nuestro wrap de huevo, un platillo del menú de desayunos que llevaba huevo (o tofu) revuelto, chaya, champiñones, tomate deshidratado y queso feta. El toque del chef fueron unos trocitos de jengibre dentro del wrap y esta presentación con ensalada de pimiento, pepino, semillas y salsa macha. 

Prueba de pescado y ensalada

Este año también hubo una pequeña crisis de identidad. En nuestros intentos por buscar estrategias que aumentaran la rentabilidad del lugar, quisimos explorar nuevos tipos de platillos que no fueran, necesariamente, bowls. Para eso buscamos a un chef que había diseñado el menú de un restaurante que nos gustaba mucho. Nuestra idea era aprovechar su experiencia para mejorar la presentación de los platillos y tratar de dar un salto de calidad. Reinventarnos. 

Una de las pruebas que hicimos fue este filete de pescado local con ensalada. Coronado con una cresta de hummus, lo naranja que se ve detrás es una salsa de pimiento rostizado cuyo sabor no se me olvida. La ensalada rodeando el filete llevaba espinaca, quinoa, aguacate, cebolla morada, queso feta y aceitunas. 

Portobello gratinado

Nuestros intentos por colaborar con el chef en esta dirección no dieron muchos frutos, al menos no directamente en el menú. Aún así, servimos algunas de sus creaciones como especiales de temporada. Este Portobello gratinado con queso menonita tuvo su momento y es también un retrato de la colaboración entre el chef y otro genio que estaba en la cocina en aquel entonces, el autor de ese “waffle” de chicharrón de queso. 

Tacos de pastor y suadero veganos

Otra cosa que pasó en 2019 fue que abrimos una sucursal en un mercadito gastronómico. Uno de los cocineros que trabajó en este local se especializaba en cocina vegana, así que aprovechamos para hacer algunas pruebas con nuevos ingredientes. Estos tacos estaban hechos con yaca al pastor y “suadero” de soya texturizada. No es exactamente el tipo de platillo que funciona para NÁAY, pero puedo decirles que estaban buenísimos. 

Avocado toast

Por poco nos subimos al tren del avocado toast, pero se quedó en pruebas. Esta versión brilla por su sencillez: pan Ezequiel, rodajas de aguacate, cilantro, semillas, aceite de oliva y salsa macha. ¡Síganme para más recetas!

Bowl freestyle

Hace algunos meses empecé a experimentar con algunos bowls que no llevaban base de lechuga, sino de arroz u otra cosa. Aplicando al máximo el principio de la alimentación intuitiva, me freestyleaba bowls como éste, que llevaba arroz, pepino, brócoli, falafel de garbanzo, tofu frito, cebollín y queso picante de Chiapas. Hace poco hicimos algunos cambios al menú que permiten, justamente, improvisar bowls con mucha más libertad, sin tanta estructura, para que lleven exactamente lo que quieres que lleven. 

Bowl Mexicano

Quiero cerrar esta galería con mi platillo favorito en todo el menú. Uno que, además, engloba perfecto lo divertida y deliciosa que ha sido nuestra aventura en el restaurante. El Bowl Mexicano es una creación de Ana, que re-imaginó varios sabores clásicos de la gastronomía nacional para combinarlos en un formato saludable. La genialidad de este bowl es que realmente sabe a México sin dejar de ser una fresca y nutritiva ensalada. ¡Vaya hack! Con su cama de lechuga, el mexicano lleva: aguacate, jitomate, chile pasilla frito, cebolla morada, nopales, espinaca, tortilla strips, queso feta, cebada y pollo honey-chipotle, servido con limón y un chorro de aceite de oliva.

Más allá de hacerle un comercial al restaurante (no dejen de visitarnos cuando estén en Holbox), quería revivir estos momentos, que son una pequeña parte de lo que he comido y vivido en esta aventura. 

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que nunca había comido tan bien como en el último par de años. En momentos en los que todo parece estar saliendo mal con el proyecto, estos recuerdos me llenan de gratitud por lo vivido, lo aprendido y lo tragado hasta ahora. 

Así es que: gracias NÁAY. Gracias a todos los involucrados. Ha sido un viaje increíble hasta ahora. 

Abraham B.R.

Querido Narán (carta a mi hijo de 4 años)

Querido Narán,

hace justo un año, en tu fiesta de cumpleaños, descubriste que los globos salen volando a toda velocidad si los sueltas después de inflarlos. Cuando la terapeuta que venía a estudiar algunas de tus conductas se dio cuenta de la fascinación que esto te causaba, nos señaló que tal vez deberíamos poner más atención a ello.

«Algunos niños son más de agua, otros de tierra. Él parece ser de aire.»

Me pareció interesante cuando lo dijo, porque no era la única cosa relacionada con el aire que te llamaba la atención. También te gustaba localizar y contemplar molinos de viento o güilbis (windmills), como les decías. Tu mamá y yo empezamos a fomentar ese interés. Te compramos un rehilete y nos parábamos cada que veías un güilbi para que pudieras admirarlo.

Más adelante en el año, tuvimos que mudarnos de casa. Para nosotros fue un momento muy triste, pero creo que a ti no te afectó tanto. En parte, supongo, porque la nueva casa estaba a una cuadra del aeropuerto de la isla. Todos los días, pasábamos por la pista durante la caminata matutina con los perros. Así fue como surgió el ritual de hacer una parada para admirar las avionetas estacionadas.

Luego, nos tocó ver despegues y aterrizajes. También algunos helicópteros. Y entonces, no hubo marcha atrás. De pronto todo era acerca de aviones.

Aviones de turbina, aviones de hélice. Jets, avionetas. Aviones que guardan y sacan sus llantas. Alerones, signals, alas. Tu conocimiento del tema incrementó rápidamente, al ritmo de tus interminables preguntas. De pronto, ver aviones ya no fue suficiente. Había que ser uno.

«Yo no soy un niño, yo soy un avión», te gusta decir.

Inspirado en Buzz Lightyear, aprietas un botón imaginario en tu pecho e inmediatamente tus brazos hacen de alas y tu cara se desfigura en un fiero fruncir de ceño que simula, según entiendo, el motor del avión trabajando a todo lo que da.

Y ese eres tú ahora. Tu propia persona, con todo e intereses muy tuyos. Y resulta muy raro que todo esto haya sucedido ante mis narices porque hace no tanto podía cargarte en un solo brazo mientras miraba tus ojitos parpadear lentamente. Cuando no hacías ni decías nada. Solo respirabas, comías, llorabas, dormías y repetías.

Tener un hijo es, en ese sentido, como comprar un Kínder sorpresa. Todos lucen iguales por fuera y saben a lo mismo, pero no hay manera de saber qué es exactamente lo que viene adentro del huevo —o no había manera, antes de sus ediciones temáticas. Qué manera de arruinar un concepto, todo sea por los dólares. Pero, ¿de qué estábamos hablando?

Ah, sí. Qué extraño es ver cómo se van revelando estas personitas que traes al mundo. Me recuerda, precisamente, a las fotografías antes de la era digital que se revelaban en un cuarto oscuro, poco a poco. Hasta que no pasaban por ese proceso, no había manera de saber si las fotos habían salido bien o mal. Suena arcaico, ¿eh?

Así es que ahora estamos en ese proceso de conocerte día a día, poco a poco. Y, que quede claro, lo estamos disfrutando mucho. Pero no puedo evitar sentir un dolorcito en el corazón porque ya sé de qué va esto. Cada día haces y pides hacer más cosas por ti mismo. Cada día van surgiendo más gustos, preferencias e intereses propios. Cada día se abre más tu círculo social. Cada día nos acercamos más a ese momento, cuando seas un ser aparte y te valgas por ti mismo y ya no nos necesites, en estricto sentido, para nada.

Tal vez creas que estoy siendo demasiado dramático. Puede ser. Solo tienes cuatro años, estamos a menos de un cuarto de tu tiempo estimado con nosotros. Pero, ¿casi un cuarto ya? ¿En qué momento? Me hace pensar que esto no va a durar nada. Pronto seré ese anciano diciendo «se va en un abrir y cerrar de ojos». Y ciertamente así se va, ¿no es cierto?

A veces imagino que soy mi versión del futuro, que ha logrado viajar al pasado. Ese viejo que daría todo por volver a cargarte y darte vueltas y escuchar tu vocecita cantando y verte emocionado con la música y con todo lo que vuele o gire. Y, entonces, dejo que mi cuerpo sea poseído por el viejo y por unos instantes soy él, sintiéndose afortunado. Y lo disfruto como nunca. Y trato de atesorar el momento, hacer la foto mental y dejar que la gratitud fluya por mi ser.

Quizá cuando leas esto, de grande, entenderás muy bien lo difícil que suele ser enfocarte en el presente. Disfrutar las cosas en su tiempo. Agradecer lo que es, sin comparar con lo que fue ni especular con lo que será. Si te distraes tantito, si te dejas llevar por el río de los pensamientos y las preocupaciones, la vida entera se te puede ir fácilmente sin que te des cuenta.

A decir verdad, así me siento a veces, hijo. Como que el tiempo es una arena esquiva que se escurre entre los dedos y no soy capaz, siquiera, de registrar los pensamientos, las emociones y los acontecimientos. De ahí, precisamente, es de donde surge la idea de esta carta.

Desde que naciste, he querido escribirte cartas pero, tristemente, no lo he hecho. Recuerdo que hace muchos años leía las cartas que Dooce le hacía a su hija pequeña y soñaba con un día hacer lo mismo. «Ahora que nazca». «Ahora que cumpla el año». «Ahora que nazca Maia».

Recién cumpliste cuatro años y algo se siente diferente. No desde ese día, desde hace ya algunos meses. Como que el bebé ya no está más ahí. En su lugar, hay un niño que no deja de crecer todos los días. Creo que esta epifanía es la que ha terminado por ocasionar que finalmente me animara a escribirte la primera. La idea del proyecto es hacer una por bimestre, ¿crees que lo logremos?

Quisiera que cada carta fuera como una cápsula del tiempo en donde pueda retratar el momento de la vida en el que te encuentras y las cosas que pasan por mi mente al verte crecer. Me dirijo a ti, desde luego, pero a quien quiera que seas en el futuro, cuando de hecho te interese leerlo. Seguro que, como el viejo que me posee, no podrás resistir la tentación de asomar la cabeza al túnel del tiempo. Lo que encontrarás no será una vida perfecta, pero de algo puedes estar seguro: nos amamos y todos los días aprendemos a crecer juntos.

Espero que estas cartas puedan capturar un poco de esa vida que parece escurrirse. Ahora mismo, quiero recordar la fascinación con la que miras una avioneta mientras despega. Es la misma fascinación con la que yo miro tu imaginación despegar, como un jet cargado de posibilidades que apenas levanta el vuelo para lo que tiene toda la pinta de ser una épica aventura.

Al infinito y más allá, pequeño.

Abraham B.R.

El curioso caso de la lagartija muerta

Tal vez les ha pasado: hay un pendiente por ahí, sin resolver, del cual todos los días recibes un recordatorio. Algo que por equis o ye no has terminado, ejecutado, resuelto, atendido. Algo que parece estar tan cerca de finiquitarse que por eso te das permiso de postergarlo. «Cualquier día lo hago». Pero el tiempo pasa y cualquier día no llega. 

Después de un cierto período, la maldita ansiedad. No concluir esta tarea se vuelve un pesar. Una excusa más para mortificarte y reclamarte a ti mismo. Y te vas a la cama y despiertas y el pendiente sigue ahí. Y lo notas y no haces nada al respecto porque ahora se ha vuelto parte de esa torcida narrativa que te has creado en la cabeza. Una historia que te cuentas una y otra vez. La historia de cómo no puedes terminar nada en esta vida. 

O tal vez no te ha pasado. Tal vez estoy loco. 

A veces lo pienso porque, ¿qué razón habría para no terminar las cosas que empiezo? Parece haber muchos beneficios implícitos en terminarlas y, por otro lado, consecuencias negativas implícitas en no terminarlas. Así que, ¿qué es lo que pasa en el cerebro que, a pesar de ver las cosas tan claras, cuesta tanto trabajo actuar? 

En la cárcel del bruxismo nocturno

Toda esta situación me recuerda un poco al bruxismo. Verán, a veces, por la noche, comienzo a apretar los dientes. Primero es leve, un poco de presión. Luego, como si fueran imanes incapaces de resistir al magnetismo, los molares y caninos se apretujan con fuerza. Cada vez con más fuerza. Hasta que se hace difícil de soportar. 

El tema es que tengo el sueño muy pesado. El dolor, la desesperación y la preocupación que me generan las dos filas de mis dientes moliéndose entre ellas es apenas capaz de sacarme de las profundidades y llevarme casi hasta la superficie. Ahí puedo entender claramente qué es lo que está pasando. «Estoy apretando los dientes», pienso. Pero en vez de desistir, lo único que logro es apretarlos con más fuerza. Es como que darme cuenta de lo que ocurre solamente lo hace todo peor. La sensación de parálisis, de querer ordenar al cerebro una acción pero terminar por ordenarle justo la acción contraria, es frustrante y muy extraña. 

Siento que con los pendientes sin resolver y los proyectos sin terminar es un poco así. El peso de saber que no he sido capaz de finiquitarlos me paraliza. Saber muy bien que están ahí es fuente de frustración. Y dejarlos ahí, colgando sin terminar, a pesar de que lo que realmente quiero hacer es terminarlos, lo hace todo peor. 

Quizá te estoy hablando en chino. «Si sabes que tienes que resolver algo, ¿por qué no simplemente lo haces y ya?» Así es como me imagino que piensa la gente normal, donde la haya. Y qué fácil sería la vida si no hubieran tantas telarañas en la cabeza. 

El podcast de tu cabeza

Un día, al separar el contenedor de las croquetas para abrirlo y servirle su comida a los perros, noté que había una lagartija detrás. Nada nuevo, en esta parte del mundo las lagartijas están por todas partes. Al día siguiente, la lagartija seguía ahí y entonces supe que se trataba, en realidad, del cadáver de una lagartija. 

Aquel era un buen momento para tomar una servilleta, recoger la lagartija y tirarla al bote de basura pero, por la razón que sea, no lo hice. Los días siguientes, seguí viendo la lagartija cada vez que movía la caja, recordando en cada ocasión que debería tirarla a la basura. «Un día de estos. Cualquier día». 

Y así se fueron los días. Y las semanas. 

No me pregunten por qué carajos no tiré la lagartija muerta durante todo ese tiempo. Siempre quise hacerlo. No hacía falta un gran esfuerzo para hacerlo. Solo era tomar una servilleta, recoger el cuerpo tieso del pequeño reptil y ponerlo en el bote de basura. 

Pues no. Y batallo con entender por qué. Algo que recuerdo es verla ahí, durante el minuto que me tardaba en servir la comida, cerrar la caja y acomodarla. Al verla, recuerdo escuchar esa voz en la cabeza. «No eres capaz ni de tirar una lagartija a la basura

Entre más lo pienso, creo que el creerme lo que dice esa voz ha sido el gran obstáculo hacia mis objetivos. Es la misma que me mete la duda cuando voy a emprender algo. Me aconseja que no me ilusione demasiado, que no me esfuerce tanto porque lo más seguro es que, tarde o temprano, yo mismo encuentre la manera de arruinarlo. ¡Sas! 

Cuando quiero hacer algo, pero hago justo lo contrario.

¿También escuchas voces? Está muy fuerte el hecho de que constantemente nos estamos programando con estas conversaciones internas. Digo conversaciones porque parece haber un elenco entero de personajes. Todo un podcast, con sus dos presentadores y line-up de invitados especiales.

Charles Fernyhough, profesor de psicología y autor del libro The Voices Within, asegura que este diálogo interno juega un papel fundamental en la motivación, la expresión de emociones e incluso en nuestra propia comprensión de quiénes somos. Pero hay un lado volátil del diálogo interno: tiene el poder de programarnos, para bien y para mal. Y resulta que somos mucho más proclives a concentrarnos en lo negativo porque humanos. Escuchamos con más atención a las voces que nos critican y les creemos más. 

La pregunta más obvia entonces es ¿hay manera de evitar un círculo vicioso de programación negativa?

Correr el 90% de un maratón

¿Te imaginas deber un trabajo por años? A un amigo todavía le debo el video de su boda (pero será el mejor regalo por su décimo aniversario, lo prometo Carlos). 

Hablando de videos de bodas, hace poco terminé uno que igual debía más de un año después. Para ser justos, prácticamente ya había entregado todo el video en partes. Pero nunca terminé de ensamblar las secuencias y nunca hice la introducción. Y ya saben, tan solo pensar en que no había terminado el video era suficiente para que me comiera las uñas de todos los dedos. 

«No eres capaz ni de terminar los trabajos que consigues«. 

Hace poco, me senté frente al proyecto con toda la intención de terminarlo. Después de evaluar en qué punto me había detenido, vi que fue justo antes de la incorporación de las entrevistas a la introducción del video. El audio en estos clips era muy malo, tenía un eco pesado. Recordé que, en el momento en el que me topé con este problema, sentí pereza de siquiera investigar cuál era la mejor manera de resolverlo. Seguro pensé algo así como «mañana lo busco, cualquier día de estos». Pero claro, cualquier día no llegó. 

Después de ver un tutorial en YouTube, pude reducir drásticamente el eco, incorporar las entrevistas, terminar la introducción y unir todas las secuencias en el video final. Es increíble pero, por año y medio, el proyecto estuvo ahí en mi computadora. Prácticamente terminado. Prácticamente. Pero así como no podía simplemente coger la lagartija y ponerla en la basura, no podía simplemente arreglar este problema minúsculo y dar el último paso para terminar el video. 

Mejor dicho: sí podía. No lo hice. Por meses y meses. Mientras tanto, la idea de no haberlo terminado me torturaba de adentro hacia afuera. Los caminos a la autodestrucción son infinitos.

Imagina correr el 90% de un maratón. Resulta tan absurdo. A menos de que se te haya fracturado un tobillo, ¿por qué no solo terminarlo, aunque sea caminando?

El caso es que por fin terminé el video y lo entregué. Y, de pronto, una de las nubes grises más grandes que había estado encima de mi cabeza por mucho tiempo se disolvió en una lluvia de alegría y satisfacción, así como así. 

Ya encarrerado, al día siguiente, tomé una servilleta, recogí la lagartija muerta y la tiré a la basura. Me niego a bajar los brazos en esta lucha por definir qué tipo de persona soy porque sé muy bien quién quiero ser y no es la persona que he sido hasta ahora. No es la persona que deja sus sueños en visto, ni la que nunca termina lo que empieza, ni la que deja pasar semanas antes de deshacerse de una lagartija muerta. Al contrario, es alguien que respeta su propia palabra, que es proactivo y que entrega el trabajo un día entero antes de la fecha límite. Alguien que aprovecha cada una de las oportunidades que se le atraviesan y las convierte en puertas y escalones. Alguien confiable, que hace lo que se tiene que hacer y no espera una eternidad para hacerlo. 

No sé. Tal vez sigo rusheado por este diminuto logro, pero lo estoy usando como combustible para tratar de vencer a mis gigantes más temibles. El talk-show en el interior de mi cabeza no para, pero soy mucho más consciente de las voces que hablan y cuáles son las que me termino creyendo y cuáles las que paro en seco. ¿Será posible que por ahí esté el secreto? 

Mientras lo descubro, estoy en una onda de hacer, hacer, hacer. No detenerme tanto a pensar, no buscar la perfección, solo hacer. Estilo guerrilla. Que las fichas caigan en donde tengan que caer. 

Pero, por Dios, que no se queden suspendidas en el aire. 

El gordito que vive en mí

Dentro de mí vive un gordito. Un personaje bonachón que no se mete con nadie, evita el conflicto y cualquier tipo de sufrimiento. Se refugia en su confort y, por lo mismo, no es muy disciplinado. No se exige mucho, le gustan las cosas fáciles. 

Antes, este gordito estaba al frente de los controles de mi vida. Esta es la historia de cómo nació, cómo me convertí en él, cómo lo desterré y lo que aprendí en el proceso. 

Ser gordo

Ser gordo implica mucho más que el sobrepeso. Es un estado de ánimo. Es un estilo de existencia. Cuando era gordito, prefería la ropa cómoda, vestir bien pasaba a segundo término. Como percibía que mi alimentación era pésima, no hacía nada por mejorar mis hábitos —al contrario, me refugiaba en el placer de la comida y no me cuidaba en lo absoluto. Me volvía loco con las porciones. Rebasaba la dosis diaria de azúcar. “Total, ya estoy gordo, ¿no?” El deterioro genera más deterioro. El síndrome de la ventana rota, que le llaman. 

El objetivo de ser delgado lucía tan lejos, que la idea de hacer ejercicio me parecía un absurdo masoquismo. Precisamente por mi problema de peso, la actividad física era un auténtico martirio y la recompensa no parecía estar cerca en lo absoluto. Al contrario, cualquier tipo de resultados visibles tomarían mucho tiempo y esfuerzo y yo lo sabía. 

En el fondo, la obesidad es un síntoma. ¿De qué? Cada caso es diferente, pero me atrevo a decir que en todos hay un cierto grado de eso que conocemos como baja autoestima. Falta de amor propio. Llámalo como quieras. Es esa creencia ahí, en las profundidades de la psique, de que no somos lo suficientemente buenos. De que no valemos el esfuerzo de estar bien. De lucir bien. De sentirnos bien. De triunfar. 

Siempre hay una raíz

Siempre hay una raíz. En mi caso, tendríamos que tomar la máquina del tiempo y viajar a la primaria, a los años de la pre-adolescencia. La verdad es que nunca fui un niño gordo hasta que comenzó esa dolorosa transición de la vida que todos atravesamos pero de la cual algunos salen mejor librados que otros. 

Un cachetón termina la primaria

Me verían por ahí, tragándome una sincronizada, unas papitas, un refresco y algún postre chatarra (bendita azúcar y su efecto analgésico). Creo recordar que, para aquel entonces, ya no me esforzaba mucho por participar en los partidos de futbol durante el recreo para no maltratar de más mi ego, de por sí magullado. Si en algún momento había dado lo mejor de mí para no ser elegido al final en el próximo partido, ahora había caído en la autocomplacencia total. 

Corte a un par de años más tarde. 

Ir a la secundaria es como vivir en un tanque de insuficiencia y desajuste. Las hormonas vuelan en el aire y todos luchan por descubrir su lugar en la jerarquía social. 

En aquellos tiempos, nadie hablaba de bullying, solo era algo que le ocurría a los blancos fáciles. Gordito, bajito, cristiano y afable, yo era la definición de un blanco fácil. De alguna manera, me convencí de que el acoso constante y la violencia eran manifestaciones legítimas de amistad. 

No cuento esto para que se sientan mal por mí. Ni siquiera puedo decir que la situación haya sido tan brutal como sé que le sucede a muchos chicos aún hoy. Lo cuento para explicar cómo fue que, en esta etapa, el ser gordito pasó de ser un rasgo fisiológico a uno de personalidad. A final de cuentas, como todo mundo, solo buscaba ser aceptado y apreciado. Adoptar ese personaje fue una manera de encontrar mi nicho y refugiarme en él. 

Incómodo en mi piel

Mi naturaleza optimista me llevó a no permitirme sentir emociones negativas, a guardármelas todas y enterrarlas en capas y capas de grasa. No me di la oportunidad de experimentar el enojo, la soledad. 

En cambio, lo cubrí todo con azúcar. “Todo está bien. No hay ningún problema. Estoy bien en mi tristeza y no necesito hacer nada al respecto. Al contrario, voy a apapacharme aún más y a comer todo lo que quiera y en cualquier cantidad. No necesito lidiar con la ansiedad natural de hablarle a las chicas y conquistarlas porque, al ser el gordo, estoy descartado por default y puedo ser solamente su amigo. No necesito destacar en los deportes, puedo entretener a todos con mi fatiga y ser disculpado por el profesor. No necesito ser excelente en la escuela, puedo conformarme con ser simpático.” 

Encontrar el fuego

Así fue como renuncié a caminar hacia la mejor versión de mí mismo. Para cuando entré a la universidad, las cosas se habían salido un poco de control. Mi peso, sobre todo, que andaba por los 110 kilos. La coraza que me protegía del mundo exterior era más gruesa que nunca, pero servía de poco porque algo me estaba comiendo desde el interior. La falta de amor propio se estaba tornando en odio y autosabotaje. Estaba transitando sobre una autopista de alta velocidad, destino: paro cardíaco. 

«Todo está bien»

Y, entonces, mi vida dio un giro. De una de las situaciones más dolorosas que me había tocado vivir, surgió un deseo ardiente de superación. De cambio. De transformación. 

Hay un fuego que arde en todos nosotros. A veces, es un incendio que nos consume con vehemencia, pero a veces está reducido a una escueta y pequeña flama. Este fuego es lo que hace que las personas alcancen la cima de las montañas más altas del planeta. Es lo que inspira la creación de piezas musicales épicas. La invención de artefactos que transforman la historia. La conquista de proezas aparentemente imposibles. 

Lo mejor de este fuego es que nunca se apaga, aún si se ve reducido a brasas chispeantes. Pues bien, de alguna manera, encontré ese fuego en mí y comencé a cultivarlo. Me di la oportunidad de cambiar o, al menos, de intentarlo. Me agarré fuerte de las ganas de experimentar la vida desde otro paradigma. 

No quiero hacerles la historia muy larga. Me inscribí en un gimnasio, dejé de tomar refresco, poco a poco comencé a gravitar hacia una alimentación saludable. No fue un cambio brusco, de la noche a la mañana. Tardé más de tres años en alcanzar mi peso ideal. Cuando era gordo, a veces soñaba que me despertaba y todos los kilos de más se habían ido. Un día, al despertar, esa fue la realidad. 

Y déjenme decirles: la vida como una persona delgada es una experiencia completamente diferente. Ganas agilidad, confianza, seguridad. La ropa te queda bien y recibes miradas de atención. Hacer ejercicio ya no es una tortura. Comer cosas dulces y engordadoras de vez en cuando se disfruta sin culpa. La gente te percibe diferente y te trata mejor. Sobre todo, dejar atrás el personaje me dio la posibilidad de descubrir quién era, más allá de ese gordito bonachón.

Sé lo que algunos están pensando. En estos tiempos de positividad corporal, se anima a los que sufren de sobrepeso a aceptarse y valorar su cuerpo así como es. Todo eso está muy bien, nadie debería de odiarse a sí mismo por su cuerpo ni sufrir por las presiones y estándares de la sociedad. Pero siento que en este discurso se suele perder el norte fácilmente. No tiene por qué ser tabú decir que la obesidad es un problema de salud que reduce la esperanza y la calidad de vida. Tampoco tiene nada de malo reconocer que la mayoría de las personas encuentran más atractivos los cuerpos delgados. Después de todo, estamos biológicamente programados para hacerlo.

Si estás leyendo y tienes sobrepeso —en realidad, si tienes hábitos y comportamientos autodestructivos de cualquier tipo: si en verdad quieres cambiar esta realidad, es necesario un viaje al interior para encontrar respuestas. ¿De qué te estás protegiendo? ¿Qué es lo que no te permites sentir? ¿En dónde está el dolor que quieres cubrir con azúcar, confort, placer? 

Nadie nos enseña a lidiar con la tristeza, el enojo, la frustración, el rechazo. Tal vez es por eso que la mayoría recurrimos a mecanismos poco saludables. Porque no conocemos mejores alternativas. Porque es lo que está a la mano. 

Hay vida después de la gordura pero implica transformar áreas de ti que ni siquiera entiendes muy bien. Practicar ese dominio propio que tienes tan atrofiado para poder quitarte la máscara. 

Hoy por hoy, el gordito está enterrado, relegado al fondo de mi personalidad, aunque nunca del todo. Nunca lo suficiente. Seguido asoma la cabeza y busca regresar. Se aprovecha de cualquier oportunidad, cualquier descuido, para manifestarse. 

Pero lejos están los días en los que reinaba en la superficie. Para mí, no hay vuelta atrás. Aun cuando gano unos kilos de más, nunca dejo que pase de ahí sin tomar acción para bajarlos. 

Y es que bajar de peso no solo me transformó por fuera, también lo hizo por dentro. Conozco mi potencial. Sé que mi destino está en mis manos. No le huyo a la disciplina, al dolor temporal, al sacrificio. Me otorgo valor a mí mismo y hago un ejercicio constante por examinar las áreas de mi vida en las cuales me estoy engañando o me niego a aceptar la realidad. Prefiero enfrentar las verdades duras que vivir en un mundo de caramelo. Olvídate de lucir mejor y estar más saludable, esta transformación interior fue el botín más valioso de todo el proceso.