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No necesitas una tragedia

Todos los días pienso en el 13 de septiembre.

He repasado en mi cabeza, una y otra vez, cada pequeña y grande decisión que me llevó hasta ese día. Las que tomé unos minutos antes. La noche anterior. Los meses que lo precedieron. El último par de años. Los últimos diez años. 

Pienso en todo lo que pude haber hecho diferente.

Pienso en el hecho de que ese día no nos fuimos todos juntos, como lo habíamos estado haciendo por meses. En cómo detestaba despertar antes de las seis de la mañana para poder alistarnos y salir a carretera a buena hora. Y cómo aprovechaba las oportunidades para no tener que hacerlo. Como ese día. 

No me importaba quedarme a cuidar a los tres niños. Acostumbrado a tener las mañanas libres de lunes a jueves, era una tarea relativamente sencilla. Pero algo había cambiado desde un mes atrás. Tenía un nuevo trabajo y las mañanas de lunes a jueves ya no eran realmente libres. Pienso mucho en cómo y en por qué me puse a mí mismo en una situación estresante como la de cuidar solo a los niños en el mismo horario en el que se supone que tengo que trabajar. 

Era uno de esos días en los que sientes que, sin importar cuánto te esfuerces, no vas a terminar de hacer todo lo que hay que hacer. 

Hice el desayuno y recogí un poco. Los niños estaban viendo la versión viejita de Pinocho. Estaba la escena en la que escapan de la ballena y Gepetto encuentra a Pinocho boca abajo en el agua, inconsciente. Recuerdo que estaba con ellos en ese momento y que la imagen me causó mucha impresión. Era muy fuerte, tal vez no tan apropiada para los niños. Todavía siento escalofríos de recordar esto. Como si algo o alguien estuviera tratando de alertarme. 

Noa se acercó a Narán y lo abrazó. El momento me enterneció y les tomé una foto. A veces miro esta foto en el teléfono. A veces la miro por ratos largos. 

La lavadora estaba en un cuarto al fondo del predio. Mientras metía la ropa, recordé que me habían pedido del trabajo que hiciera una edición. Regresé a la casa con esa idea en la mente. 

Me senté en la computadora y subí una foto. Aproveché para abrir más pestañas y empezar la investigación para el artículo que escribiría ese día. 

Mientras buscaba información acerca de qué hacer en Mexcaltitán, Nayarit, Noa se ahogaba en la piscina a 20 metros de distancia.

Siempre pienso en ella en ese momento. Sola, desesperada, tratando de sobrevivir. Deseando que alguien llegara a rescatarla. Confundida, sin entender qué estaba pasando. 

Pasaron algunos minutos antes de que yo me percatara de que Noa no estaba cerca de mí, como normalmente estaba en un día como este, persiguiéndome de arriba a abajo. Salí del estudio. “¿Dónde está Noa?” 

Corrí hacia la salida trasera de la casa. Sentí un espanto inmediato. Vi la puerta corrediza abierta. Había olvidado cerrarla al volver a entrar. 

Y la vi ahí. Flotando boca abajo en el agua, completamente inerte. Ahí la veo todavía, todos los días. Hay imágenes y momentos que se tatúan en la mente.

La siguiente hora y media es una bruma. A veces hago el intento por recordar detalles específicos, pero el dolor y la desesperación ocuparon todo el espacio. Me envolvió un remolino de negación, culpa, enojo, tristeza. Sacudí a Noa, le abrí sus ojos. Grité su nombre una y otra vez. Grité tan fuerte como mi cuerpo me lo permitió, como creyendo que tenía que alcanzarla con mi voz y traerla de vuelta. Grité como queriendo que el alma se me escapara para siempre. Porque el mundo en el cual lo que estaba sucediendo era real no era un mundo en el que yo quería seguir viviendo. Miré los rostros asustados de Narán y Maia llenándose de lágrimas. Casi les pido ayuda a ellos en mi desesperación. 

Llamé al 911 rogando al cielo que el 10% de batería del teléfono durara para siempre. Pasé los siguientes 20 minutos presionando el corazón de Noa sin detenerme más que para darle aire con mi boca. Presioné su corazón hasta que no quedó más fuerza en mí. Lo hice a pesar de que no parecía surtir efecto. Noa no despertaba. 

Saqué su cuerpecito a la entrada de la casa al oír una sirena. No era la ambulancia, era una patrulla. El policía me relevó en los primeros auxilios y por primera vez descendió sobre mí el peso de la situación. Sentí que entre el esfuerzo y la angustia había envejecido varios años en menos de una hora. 

Luego llegó la ambulancia. Los policías les dieron el cuerpo de Noa. Había pasado tanto tiempo que para mí no había regreso. Yo seguía en shock, incrédulo de que todo esto estuviera realmente sucediendo. Pensando en lo que la muerte de mi hija iba a significar para mí, para nuestra familia. Queriendo comprender ahí mismo y en ese momento cómo es que la vida puede cambiar tanto en tan poco tiempo. 

Ya nos íbamos detrás de la ambulancia pero se detuvo en la esquina. Nadie me decía qué estaba pasando. Una señora se acercó a orar por mí, dijo que era mi vecina, nunca la había visto. Me dijo que todo iba a estar bien. Discutí con un policía que me tomaba fotos, se acercó a darme un abrazo y me dijo:tranquilo señor, su bebé tiene pulso”. 

Creo que ese momento marcó la primera vez que decidí creer. Creer que no todo estaba perdido. Que cosas sorprendentes podían pasar. A partir de entonces, tuve que creer una y otra vez, sin cesar, cada día, varias veces al día. Creer, confiar, tener fe. Se volvió tan necesario como respirar. 

En total, Noa estuvo alrededor de 40 minutos en paro cardiorrespiratorio. Es decir, sin latido y sin respirar. Durante 40 minutos, ella se fue. Y luego regresó. 

Esperando en la sala de urgencias del hospital mientras estabilizaban a Noa, con la cabeza hundida en las manos, estaba destrozado por dentro. No merezco tener hijos

Sólo quería desaparecer. Desvanecerme. Apagar la realidad. Imagina sentir tanto dolor que prefieres morir a seguir soportándolo. No voy a poder seguir. No puedo seguir viviendo

Me dejaron pasar. Me desmoroné al verla con los tubos insertados. “Perdóname, Noa”, trataba de decirle entre lágrimas y sollozos. Al hablarme, los doctores no podían ocultar el horror y el estrés que a ellos mismos les causaba la situación. 

Llegó Ana al hospital. Lo que sucedió en ese momento alteró el curso de esta historia. Me dijo que había decidido perdonarme, que no iba a destruirme ni a nuestra familia. Creo que en ese momento me dio el oxígeno necesario para continuar con vida y atravesar la situación. No sé si yo estaría aquí ahora si ella no hubiera dicho esto. 

Después de un rato, subieron a Noa a la unidad de cuidados intensivos pediátricos. Pasamos el resto del día en el hospital, esperando noticias. En la noche, un doctor salió a darnos el primer informe. Nos explicó que las primeras 12 horas después del accidente eran las más críticas y estábamos acercándonos ya a ese plazo. Después, seguían las primeras 24. Luego, durante los primeros siete días, los pulmones estarían en constante riesgo de colapsar. Noa estaba completamente sedada, así que el tema neurológico tendría que esperar. 

Terminamos el día durmiendo todos en la sala de espera y ese fue el final del 13 de septiembre. 

Los siguientes días, al despertar, por un segundo me preguntaba si no habría sido todo una pesadilla. Como esas en las que la mente exagera y todo se siente tan real. Tal vez Noa estaba descansando junto a mí. Tal vez pronto despertaría y me daría un abrazo y un beso babeado. 

Mientras escuchaba los informes de los doctores, mi mente activaba un programa de negación. Escuchaba sus palabras, “proceso infeccioso”, “falla de la función renal”, “nutrición parenteral”, mientras tenía la sensación de estar viviendo la vida de alguien más. Como un avatar en un videojuego o un actor en una obra. 

Estaba enojado con el mundo por seguir girando. ¿Cómo podía todo seguir su curso? ¿Cómo podía la vida simplemente seguir, como si nada? ¿Cómo iba a poder yo seguir? Un día fuimos a una plaza y sentí enojo hacia las familias con sus hijos, sus bebés, pasando un buen tiempo. Sentía mucho miedo de pensar que nunca iba a volver a reír. A sentirme bien, feliz, como esas personas. 

Los estudios neurológicos no traían buenas noticias. Cuando terminó nuestra charla con el neurólogo, nos sentíamos completamente derrotados. Le preguntamos acerca de maneras compasivas de dejar ir a Noa. Así de duro era el diagnóstico. 

Pero decidimos continuar. Decidimos creer. 

A los pocos días, Noa empezó a apretar nuestra mano con la suya. Fue el primer movimiento que hizo y sentimos que el alma nos regresaba al cuerpo. Una razón para creer. Hoy volteo a ver ese momento y me sorprende cómo ha ido creciendo la fe de la que hablaba antes. En ese tiempo, aquellos apretones de manos nos daban suficiente gas para seguir. Conforme ella ha ido avanzando, hemos creído en más y apuntado cada vez más alto.  

Eso es lo que ha sido este tiempo. Un estiramiento de nuestra fe. Y para mí, ha sido como tener que ejercitar al nivel de un atleta de alto rendimiento un músculo que estaba atrofiado y olvidado. Por mucho tiempo, esta palabra tuvo una connotación negativa para mí. Creer en algo que está en contra de la lógica y la evidencia me parecía tóxico. Y ciertamente puede serlo. Pero hay otro lado de la moneda. 

Fe es actuar a pesar del miedo. Es brincar sin saber en dónde vas a aterrizar. Es el triunfo de la acción sobre el razonamiento. Pero también es eso que ocurre por dentro antes de la acción. Esa creencia de que algo puede ser aunque no pareciera probable. Tal vez la fe abre las puertas de la posibilidad. Tal vez eso que llamamos fe es la fuerza detrás del movimiento cuántico de un electrón, que brinca misteriosamente de una posición a otra. 

Fue necesaria la fe cuando trasladamos a Noa a otro hospital. Los primeros días de esa situación fueron una prueba difícil que nos sacudió y nos acercó de nuevo al quebranto. Después de unas semanas nos adaptamos y recobramos fuerzas. Yo creía que Noa estaría ahí meses, pero un mes después de entrar, la dieron de alta. 

Durante el tiempo que estuvo ahí, Noa fue desconectada de su ventilador. Comenzó a mover más partes de su cuerpo. Terminó de sanar sus órganos vitales. Abrió sus ojos y los movió. Mostró un aumento de actividad cerebral en un electroencefalograma. Todo lo que parecía que no sucedería, sucedió. 

La fe estuvo ahí también cuando llegó el momento de traerla a casa. En medio del nervio de tenerla aquí, apenas unas horas después de haber llegado, presentó convulsiones y tuvimos que volverla a internar en el hospital donde la trataron cuando sucedió el accidente. 

Pasamos otros diez días ahí. Creyendo con todas nuestras fuerzas en que esto sólo era un contratiempo. Y así fue. 

Regresamos a casa con Noa. La idea de no tener cerca a doctores y enfermeras en todo momento para resolver cualquier situación era muy estresante. Pero seguimos. Lo hicimos. Aprendimos a aspirarla, alimentarla, ponerle sus medicinas. Contactamos a una neurofisioterapeuta para que viniera a trabajar con ella todos los días. Gracias a esta persona, dimos el paso de sacarla de su cuna, moverla, manipularla e integrarla a la vida familiar. 

Hace unos meses Noa pasaba sus días sola en una cama de hospital y hoy está pegada a su mamá todo el día, escuchando la voz de su familia, recibiendo cariños y trabajando en su rehabilitación. 

De tener las piernas y brazos totalmente rígidos al salir del hospital, ahora puede flexionarlos sin problema. Mueve todo el cuerpo: cabeza, tronco, extremidades. Abre, cierra y mueve sus ojos. Está aprendiendo a sentarse, sostener su cabeza y tragar fluidos. Ya comenzamos a trabajar hacia su decanulización (es decir, revertir su traqueostomía). 

No estamos donde empezamos. Montañas se han movido.

Un mes después del accidente, encontramos al Dr. Paul Harch en internet. Él es especialista en niños ahogados y los trata con una combinación de terapia normobárica e hiperbárica. Los resultados que ha tenido en niños pequeños son verdaderamente sorprendentes. Tuvimos la oportunidad de platicar con él y aceptó tratar a Noa en su clínica en Nuevo Orleans. Un amigo muy querido, cuyo apoyo durante este tiempo es invaluable, nos ofreció llevarnos para allá. 

Este viaje es la definición de un acto de fe. Nos subimos a un avión con Noa, llegamos a un lugar que no conocemos, en un país que no es el nuestro. Resolvimos dónde conseguir las cosas que necesitamos para alimentar y cuidar a nuestra pequeña. Hemos tenido que sobrevivir sin enfermeras. La hemos llevado todos los días a una clínica, a un tratamiento que apenas entendemos. 

Todo con la esperanza de que ella mejore. Todo por ella. 

Y lo hemos hecho sin dudar. Ni por un momento, desde que se convirtió en opción, hemos dudado de tomar estos pasos. Ya es casi un reflejo el vivir así.

Podría describir a la fe como esos videojuegos en los que el camino se va revelando frente al personaje conforme avanza. Más allá de lo inmediato, todo es oscuridad. Hay que dar el paso para saber a dónde se va, no al revés. 

Cuando miro hacia atrás, puedo ver la perfección en cada una de las cosas que han sucedido después del accidente. La sincronicidad, la oportunidad. Todo sucediendo a un ritmo perfecto. Incluso los momentos estresantes. Su estancia en el primer hospital permitió que su condición tan grave pudiera ser manejada apropiadamente. Su estancia en el segundo hospital permitió que continuara con su recuperación y nos puso en manos de doctores que la empujaron hacia el alta. Aún su regreso para tratar una infección fue totalmente necesario y adecuado. El retraso con las visas nos ha permitido aprender a cuidarla mejor. 

“Noa, tú vas a estar bien”. Le decía cada vez que la dejaba en su cama del hospital. Y Noa cada vez está mejor. 

En cuanto a mí, sanar ha sido un proceso lento y doloroso. La cercanía de mi familia inmediata y extendida ha sido una red de apoyo indispensable. 

También he tenido que acudir a terapia. Gracias a eso he podido aceptar que no puedo cambiar el pasado y que mi única elección es cómo afrontar cada día. No es fácil ni digo que ya lo haya logrado. Es una cosa de cada día. Hay días con mucha esperanza y otros en los que me cuesta trabajo respirar. 

Hay una especie de tristeza en el fondo que no se va ni se quita. Cuando algo me causa risa o me estoy divirtiendo por un momento, pronto aparece esa tristeza y me recuerda en dónde estoy y cuál es la realidad. Y sí, por ratos me da miedo sentir que no voy a volver a disfrutar, a estar feliz, a estar bien. Y hasta para eso he tenido que hacer uso de la fe y confiar en que eventualmente así será. 

“Podría pasarle a cualquiera”, escuché y leí. No lo sé, no se siente así. “A la mayoría de la gente no le pasa.” La voz en mi cabeza.

Podría seguir el camino de esa voz, pero no parece llevar a la esperanza. No tengo más opción que luchar todos los días por darle vuelta a la página y ocuparme del presente y de lo que tengo enfrente y de ir un día a la vez. 

Quiero, con todo mi ser, que este suceso signifique algo. Quiero poder transformarlo en una fuente de fuerza. En un motor de cambio. Como mínimo, deseo que pueda convertirse en un mensaje. Un mensaje para toda la gente que me rodea y para ti que estás leyendo. 

Pero no es un mensaje fácil de dar. De hecho, es un mensaje que tiende a sonar chocante. 

Verás, hoy miro a mi alrededor. Y leo y escucho. A las personas en mis círculos, a las personas en la calle. A las personas en las redes sociales. Y me dan ganas, muchas veces, de sacudirlos. Y de decirles que todo el sufrimiento que les aqueja es una elaborada ficción que existe sólo en su mente. 

A veces sufro porque siento que ya no pertenezco a este planeta. Y me dan ganas de irme a vivir a otro, en donde sólo estén personas que hayan pasado por algo como lo que yo he pasado. Porque me cuesta trabajo conectar. 

Y me desespera sentir que encontré el código secreto para alcanzar la felicidad. Pero lo encontré demasiado tarde. Y lo que es peor, no me sirve a mí y tampoco le sirve a los demás, porque no pueden entenderlo. No como yo lo entiendo. 

Lo único que puedo hacer es intentarlo. Y esperar a que una parte de este mensaje, cuando menos, se guarde como una semilla en tu inconsciente y pueda florecer cuando más lo necesites. Esto es lo que tengo que decir. 

—- 

No necesitas una tragedia. 

No necesitas una tragedia para contar y valorar tus bendiciones. No necesitas una tragedia para darte cuenta de que lo tienes todo. 

Sé que cada quien tiene sus problemas y que se sienten muy reales y muy grandes. Quisiera poder tomar tus manos, verte a los ojos y decirte, con todo el amor y el respeto: si tienes salud y fuerza, si tus más cercanos están bien, si tienes techo y comida, tus problemas no son tan grandes como crees. 

Casi todo tiene solución. Y cuando experimentas algo que no parece tener solución, te das cuenta de ello. Hay muy pocas cosas en esta vida que de verdad no se pueden resolver. Si perdiste a un ser querido, te lo concedo, ese es uno de los pocos casos. Y si te diagnosticaron con alguna enfermedad crónica, ese es un problema considerable. 

Pero si tus problemas son por dinero, o porque tienes mucho trabajo, o te quedaste sin trabajo, o estás estresada, o alguna relación que valoras se está fracturando, te sientes atascado en tu carrera, tienes ansiedad, alguna adicción, fracasaste estrepitosamente en un proyecto, no encuentras el amor, vives en un hogar conflictivo, etcétera. Tu situación, en realidad, es ideal. Porque todos tus problemas tienen solución y tienes todo para solucionarlos. 

Déjame decir eso otra vez. Lo. Tienes. Todo. 

Así que sonríe, la vida es buena. Abraza a tus hijos, a tus papás, a tu pareja, a tus amigos. Pasa tiempo con ellos. Disfruta su sonrisa, el sonido de su voz. Todo podría esfumarse mañana. 

No he podido evitar fantasear con que recibo una segunda oportunidad, como Ebenezer Scrooge, y despierto el 13 de septiembre en la mañana. ¿Y sabes qué siento? Felicidad pura. Gozo. Gratitud. Y me imagino que saldría corriendo a la calle a gritar de alegría. Y que cambiaría mi vida en ese momento y dejaría de angustiarme por todo. Y que valoraría como nunca cada una de las personas y las cosas que tengo, como de hecho he aprendido a hacerlo desde ese día. 

Y adivina qué. Esa es tu situación hoy. Puedes usar mi pesadilla para imaginar la tuya. Te pido que lo hagas y me ayudes a darle sentido a esta situación. 

No necesitas una tragedia para accionar y hacer que las cosas sucedan. Desde el accidente, me he movido como nunca antes lo hice y he luchado para poder alcanzar objetivos y abrir oportunidades. He llamado y buscado a personas, he insistido ante negativas. He trabajado a marchas forzadas para resolver la situación financiera de mi familia y cada día estoy más cerca de lograrlo. 

Lástima, sí, que todo fue a partir del accidente. Necesité una tragedia para entrar en este estado mental. Tú no necesitas una. Tienes potencial ilimitado y normalmente lo único que lo atora es tu propia cabeza. 

No quiero ser insensible aquí, reconozco todos mis privilegios y sé que salir adelante también implica suerte, relaciones y muchos factores. 

Dicho eso, créeme, si estuvieras en una situación en la que tuvieras que salir adelante, lo más probable es que lo harías. Y tal vez lo que te impide hacerlo es que no estás en esa situación. Es paradójico, pero está en ti el dar los pasos. No esperes, por lo que más quieras, a una tragedia que te saque a la fuerza de tu comodidad. 

No necesitas una tragedia para poner en práctica la fe en tu vida. No digo que te vuelvas una persona religiosa, si no lo eres. Sólo que intentes soltar el control y dejarlo en manos del universo, Dios, la fuerza creadora o como quieras interpretarlo. Que confíes. Que pongas un pie adelante del otro como si tuvieras la certeza de que el camino va a aparecer frente a ti. Ojalá que yo hubiera descubierto este hack antes. Ojalá que tú puedas. 

No necesitas una tragedia para vencer tus obstáculos. Y no necesitas esperar hasta darte cuenta de que la vida se escapó. Reconoce que lo tienes todo. Despierta del letargo. 

No sé quién tenga que leer esto, pero espero que para alguien signifique un llamado de atención. Espero que mi historia sirva para algo y que no se quede en un remolino aleatorio de dolor e indiferencia.   

Nuestro camino sigue. Estamos entrando al último tercio del tratamiento hiperbárico. Aunque Noa ha mostrado algunas mejoras, no ha tenido los resultados que otros niños que han pasado por aquí. No por eso nos vamos a rendir. 

Queremos llevarla al Austin Center for Developing Minds, un lugar al que algunos pacientes del Dr. Harch asisten después de pasar por Nueva Orleans. Ya de regreso en México, queremos llevarla a otros lugares e iniciar nuevos tratamientos y métodos para ayudarla a seguir adelante. 

Aunque, como dije antes, estoy trabajando duro para poder estar en una situación en la que tengamos la capacidad de cubrir todos estos gastos en el futuro, la realidad es que todavía no estamos ahí. Y la verdad es que no tengo idea de cómo le vamos a hacer en el corto plazo. La gente ha sido increíblemente generosa, pero todos estos tratamientos son costosos y los primeros meses de cuidado de Noa también lo fueron. Es más, aunque los costos de su cuidado han bajado, siguen rebasando nuestros ingresos mensuales actuales. 

Todavía no tengo idea de cómo le vamos a hacer para cubrir el tratamiento en Austin ni cualquiera de los tratamientos que sigan después de eso. Lo único que sé es que voy a seguir dando los pasos y voy a seguir buscando opciones y soluciones. 

Si tú o alguien que conoces puede seguir apoyándonos, lo necesitamos aún y lo seguiremos necesitando. Estoy diseñando nuevas formas en las que pueden apoyarnos y recibir valor a cambio. Pronto les vamos a compartir estos proyectos. Mientras tanto, nuestras cuentas siguen abiertas. 

Dinero no es la única manera en como nos pueden apoyar. Sus oraciones, pensamientos, intensiones y palabras de aliento también son agradecidas, valoradas y apreciadas. 

Estoy convencido de que el camino de Noa no se ha terminado. Cualquiera que sea el desenlace de nuestra historia, estoy agradecido por la revelación de todo el amor que nos rodea y que se ha manifestado en la forma de todos ustedes, quienes han estado con nosotros y nos han apoyado de todas las maneras posibles. 

¿Para qué estamos aquí, experimentando la realidad como seres sentientes y conscientes? No lo sé. Tal vez para amar. Quizá para asombrarnos. En ese caso, yo estoy asombrado por tanto amor. Al menos para eso ha servido esta situación.

Y si, de alguna forma, tú puedes usar esta historia para cambiar tu vida, ese será el consuelo más grande. 

Gracias por leer. 


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