Querido Narán,
siento que te escribo desde una dimensión completamente diferente a la que habitábamos cuando hice la primera carta. Una realidad paralela. El mundo, hijo, dio un giro dramático en estos dos meses, cual película de M. Night Shyamalan. De hecho, así se siente ahora la realidad: como una película.
Me imagino que conoces los detalles de la pandemia del COVID-19 del año 2020, pero tal vez para ti es un hecho histórico más que, aunque estabas vivo cuando sucedió, no recuerdas realmente. Algo así como la caída del Muro de Berlín para mí. Desde acá, esta situación se empieza a sentir como el evento más importante que nos ha tocado vivir.
Gran parte de lo que nos tiene en shock es la velocidad a la cual se han dado las cosas. En el transcurso de un par de semanas, el coronavirus pasó de ser una noticia de algo terrible ocurriendo al otro lado del mundo a modificar casi cada aspecto de nuestras vidas.
Las calles del pueblo, como las de tantas ciudades en el mundo, están prácticamente vacías. Acá además hay ley seca y toque de queda. El silencio estremece un poco, pero también permite que los cantos de las muchas aves con las que compartimos la isla resalten más en la mezcla, por así decirlo. Aunque el miedo y la incertidumbre ya comienzan a hacer sus estragos, seguimos mucho más tranquilos que en la mayoría de lugares, principalmente porque (hasta ahora) no hay casos confirmados y la entrada está bastante restringida.
Lo extraordinario de este virus (o bicho, que es la palabra que usamos para explicarte) es que está trayendo al primer plano una verdad que fácilmente olvidamos: que todos estamos conectados, que somos parte de la misma cosa. Todos estamos en esto y en cierta forma se siente como un despertar. Un despertar del letargo, del modo fábrica, del individualismo.
Simultáneamente, nos ha dado la oportunidad de mirar hacia dentro. Por algo, el confinamiento es observado como práctica espiritual por monjes, chamanes y otros ascetas. Sin las distracciones del mundo exterior, el interior brota a la superficie. La terapia es ineludible. Sumado a esto, el tiempo adicional con la familia ha traído de vuelta los juegos de mesa, las conversaciones, las historias contadas. La conexión.
Por si fuera poco, el coronavirus también ha parado en seco a la vorágine de la economía mundial, con todo lo positivo y lo negativo que esto implica. Es cierto que se avecina una crisis como ninguna que nos haya tocado a los que estamos vivos ahora. Pero también lo es que la Tierra respira por toda la contaminación que estamos dejando de generar. No sé, tal vez todo esto sirva de ensayo para cuando tengamos que unirnos y hacer frente al cambio climático, otra cruda realidad a la vuelta de la esquina.
Para ti, sin embargo, la vida no es que haya cambiado mucho. Sales menos de la casa, sí, pero hasta el momento en que escribo esto lo haces al menos una vez al día, cuando vamos a ver el atardecer a la playa. Ahora, con el restaurante cerrado, yo paso más tiempo con ustedes. Tu comadre Victoria ya no viene a hacer escuelita contigo, son solo tú y mamá otra vez.

Por otro lado, tu comportamiento sí ha cambiado. He hablado muchas veces con tu madre de la forma en que te alimentas de nuestra energía, nuestro estado mental y físico, nuestros niveles en el inteligenciaemocionalómetro. Puedes percibir perfectamente el estrés, la inestabilidad, el miedo y la incertidumbre. Y todo este input empieza a afectar tu propio estado de ánimo, tu equilibrio.
Hace un par de meses, te veíamos muy bien, de vuelta en la isla, en tu elemento, con rutinas más o menos establecidas. No por coincidencia, nosotros mismos nos sentíamos bien, disfrutando nuestros últimos tiempos por acá, más involucrados en el negocio que nunca.
Y, de pronto, esto. Pasamos de “van a bajar mucho las ventas” a “creo que vamos a tener que cerrar el restaurante la próxima semana” y luego a “el mundo entero está parado y no sabemos bien qué va a pasar”, todo en cuestión de días. Nosotros, que teníamos planeado seguir abiertos hasta el inicio del verano, tuvimos que despedirnos del proyecto en urgencia, sin tiempo para procesarlo ni chance de llorarlo. En el horizonte, hay una crisis económica cuya dimensión es difícil de asimilar aún. Y es que nuestra familia no está precisamente preparada para eso.
Entonces, claro, estamos preocupados y un poco tocados. Dentro de todo, tratando de mantener el buen rollo, hablando de lo que pensamos y sentimos, siendo comprensivos unos con otros. Pero la inestabilidad te ha alcanzado y no hemos tenido días fáciles en nuestra relación contigo.

Siempre has tenido un carácter desafiante. Te gusta empujar los límites, encarar. Esa alma tan salvaje me encanta, pero a la vez me desgasta. En tiempos en los que te sientes inestable, esta parte de ti crece y parece tomar el control. Tenemos que encontrar dentro de nosotros la paciencia y la determinación para mostrarte que hay límites y tienes que respetarlos, aunque no te guste.
Cuando veo en tu mirada la fuerza de tu enojo y frustración, no puedo negar que me siento un tanto intimidado. No por ti, sino por saber que tengo la responsabilidad de encauzar esa poderosa energía y, de alguna forma, lograr que ese halo desafiante que parece acompañarte desde la cuna no te estorbe, sino que te sirva y te funcione en la vida para lograr cosas grandes.
Así que hijo, en medio de la pandemia, te envío mi mejor deseo: que imites, en lo bueno, al coronavirus. Que no dejes indiferente a nadie en tu paso por el mundo. Que uses esa gran voluntad y determinación para ser una fuerza transformadora de tu entorno.
Porque el mundo que te va a tocar vivir pinta para estar repleto de retos. Retos que van a requerir personas brillantes y testarudas.
Como tú, campeón.
Abraham B.R.
Cosas random de estos tiempos
Adiós Toy Story, lo de hoy es Paw Patrol. Desde que viste la serie en las vacaciones de diciembre, es lo único que quieres ver en los ratos de pelis. He tratado de interesarme en ella, dado que te tiene tan fascinado y a pesar de que cada episodio tiene exactamente la misma estructura. Sé que tu cachorro favorito es Skye, porque vuela, claro. También sé que te gusta Marshall, el torpe, al punto en que últimamente haces como que te resbalas y tropiezas todo el tiempo para parecerte a él.

Comienzas a jugar con Maia, aunque por ahora solo hay un juego: tú la persigues a ella hasta que la tiras. También empiezan a “platicar”, los intercambios son breves y sencillos, pero adorables.