Casi cada vez que le he comentado a alguien que queremos educar a nuestros hijos en casa, ha pasado lo mismo. La gente, despacio, hace los ojos grandes y me mira con cara de que estoy loca. Algunos lo disimulan y otros no tanto. Creo que pudiera contar con los dedos de mis manos a las personas que no se pusieron nerviosas ante la idea. Tan es así que he llegado a preguntarme si realmente estoy loca por querer educar a mis hijos en casa.
Las preocupaciones que muestra la gente son varias, verán:
- Los niños ne.ce.sitan socializar, ¿acaso quiero que mis hijos sean ñoños que no pueden convivir?
- ¿Estoy realmente capacitada para hacerme cargo académicamente de mis hijos?
- ¿Cómo les voy a enseñar? ¿Hay algún método comprobado? ¿Qué currículum voy a utilizar?
- Yo ne.ce.sito descansar de mis hijos, necesito mi espacio.
- En serio, ne.ce.sitas dejarle a tus hijos a alguien más, deshacerte de ellos cuando menos un ratito.
- ¿No se cansarán ellos de ti? Convivir con los papas todo el día está cañón.
- ¿QUÉ LES VAS A ENSEÑAR?
- Y mi favorita: Ana, ¡¿y la SEP?!
Estos puntos son temas que seguro tocaré en algún momento, cada uno es digno de una tesis, pero esta vez quiero hablar de otra cosa.

La realidad es que llevamos educando a Narán en casa desde que nació. En casa ha aprendido a contar del 1 al 100 en inglés, los colores en inglés y español, los días de la semana, los meses del año, las estaciones. Sabe todas las letras, puede leer y escribir (con letras de imán), entiende perfecto instrucciones y conversaciones en inglés.
Ahora, no teman amigos. No he maltratado a mi hijo para que se aprenda todas esas cosas. Hasta hace una semana, nunca le habíamos puesto un horario para el aprendizaje, nunca lo hemos puesto a repetir cosas como loco, nunca hemos usado una estructura de “escuela”.
He llegado a la conclusión de que eso hacemos los papás: educamos a nuestros hijos en casa. Todos lo hacemos. Los niños llegan a la escuela sabiendo cosas. Saben algunos colores, las reglas de la casa, saben hablar, canciones, incluso algunas palabras en inglés.
La educación en casa no es algo a lo que haya que tenerle miedo porque todos lo hacemos.

Abraham y yo hemos hablado de eso muchas veces. Nosotros no decidimos educar a nuestros hijos en casa hace tres meses que, en teoría,
debíamos inscribir a Narán en el kinder y nos enfrentamos a la falta de opciones en la isla.
Lo decidimos desde que llegamos a vivir aquí. Fue parte de las cosas que aceptamos desde el inicio. Lo decidimos desde que nació y eso marcó muchas cosas. La palabra clave para mí en todo esto es: intención.
Nosotros hemos sido intencionales con lo que le hemos enseñado. Siempre ha habido una intención en todo lo que le decimos y en cómo se lo decimos.
Desde que era muy chiquito, hablamos de las cosas que nos gustaría enseñarle, las cosas que no. Hablamos de nuestras infancias, de lo que aprendimos, lo que nos hubiera gustado aprender, lo que nos gustaría repetir, lo que no. Nos pusimos a leer. Mucho. Nos pusimos de acuerdo.
Obviamente me ayudó mucho la experiencia de ser maestra de primaria. Experimentar con hijos ajenos fue muy útil para saber cómo empezar y qué cosas era importante que supiera. A entender cómo funciona la mente de un niño.

Una vez que decidimos que queríamos enseñarle, empezamos a hacerlo todos los días con responsabilidad, tomándolo como una misión. La misión de nuestras vidas. Una vez que entiendimos que la educación de nuestro hijo es nuestra responsabilidad fue más fácil empezar a actuar como sus maestros. Empezamos a encontrar las maneras y los espacios.
Empezamos a ver el regreso a casa en la bici como el momento perfecto para cantar los meses del año. Empezamos a ver la arena como el lienzo perfecto para practicar las letras, una puerta en el negocio como el pizarrón ideal para pegar las letras de imán (gracias tía Pau). Las canciones como oportunidades para mejorar la pronunciación. Brincar en las olas tiene el ritmo perfecto para contar, recoger conchitas como un excelente ejercicio de motricidad. Etcétera.

Una vez que nos vimos como los maestros, el mundo se abrió para Narán. Nosotros abrimos esa puerta desde que nos lo entregaron y lo recibimos con besos, abrazos y el famoso contacto piel a piel. Quién mejor que nosotros, que lo amamos como nadie nunca jamás lo va a hacer.
No importa que lo llevemos a la escuela, no importa si está en casa. Nosotros somos los responsables y los afortunados de enseñarle de qué se trata el mundo. ¡Qué experiencia!

Tal vez por eso no estamos espantados. Sabemos que hay cosas que resolver y muchas cosas que hacer. Sabemos que podemos hacerlo, después de todo, ya llevamos cuatro años de experiencia en “Naranes” y estamos dispuestos a aprender, a ponernos de acuerdo. Como lo dije en el primer post, nadie lo ama como nosotros, nadie está dispuesto a más que nosotros. El título de “papás de Narán” es para nosotros todo el papel que necesitamos para hacer esto y hacerlo bien. Y aunque seguro nada será ni tan fácil ni tan perfecto como lo imaginamos, la motivación sí es la más importante que hemos tenido. Es, de hecho, la mejor razón para hacer homeschool.
– Ana E.B.

Los amo tanto!!!! Dios bendiga y prospere sus planes❤️
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