La verdad sobre vivir en Holbox

La gente suele soñar con dejarlo todo e irse a vivir a la playa. Para muchos, esta fantasía idealizada es como una efímera pastilla de felicidad que se toman cuando están de vacaciones en algún lugar hermoso y pacífico. «¿Y si me viniera a vivir aquí?«.

La idea seduce, especialmente cuando se percibe como la solución a todos los problemas. Sin embargo, al otro lado del umbral de esta decisión hay una verdad irrefutable: la vida se trata de elegir sacrificios y cualquier lugar en el mundo en donde escojas vivir trae un precio que hay que pagar.

Es por eso que la mayoría de la gente solo piensa y habla de irse a vivir a la playa o a un pueblito tranquilo, pero pocos de hecho lo hacen. Porque vivir en un lugar así implica renunciar a algunas de las comodidades más arraigadas en los especímenes de ciudad. También presenta retos de logística y uno que otro choque cultural que resulta difícil de digerir.

Nosotros sabemos todo esto porque hace cuatro años hicimos lo que muchos sueñan con hacer durante toda su vida: nos fuimos a vivir a una isla paradisíaca.

Isla Holbox, Quintana Roo

La isla que nos vio nacer

La historia de cómo llegamos a Holbox la habré contado unas mil veces. Ya hasta tengo una rutina, con todo y punchlines, para los clientes del restaurante que seguido me preguntan. No voy a reproducir esa versión aquí. Bastará con decir que llegamos en el 2015 con la ilusión de poner un negocio, hacer dinero y disfrutar la vida en la playa. Llegamos frescos de la Ciudad de México, tras pasar solo un mes en Mérida. Ana estaba embarazada de nuestro primer hijo.

La isla nos vio nacer y florecer como familia. Es cierto que llegamos aquí en plan de huida, de reclusión. Quisimos poner mar de por medio entre nosotros y nuestras vidas pasadas. Quisimos escondernos en un lugar en donde no seríamos molestados, en el cual podíamos, con toda tranquilidad, descubrirnos en nuestra nueva etapa como padres y emprendedores. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Nunca Jamás y los niños perdidos

Los niños perdidos

No quisiera ser injusto ni deshonesto: lo lindo de vivir en Holbox es muy lindo. Cualquier día, a cualquier hora, tienes una de las playas más bonitas de México a metros de distancia. Los atardeceres son magia pura, cada día un espectáculo distinto. La gente se reúne para presenciar el milagro al sonido de tambores y caracoles mientras parvadas de fragatas levitan con elegancia. Para mí, el solo hecho de que la introducción de mis hijos al planeta haya sido en este lugar es un sueño hecho realidad.

Atardeceres mágicos

Luego está la experiencia del pueblo pequeño. La tranquilidad de saber que el crimen es prácticamente inexistente. La calidez de que todo mundo se conoce y se saluda. A diferencia de cualquier ciudad, las calles están repletas de gente caminando –hablo de las calles, no las banquetas. Las distancias siempre son cortas, la vida se vive a la escala de una miniatura. Entre los alegres murales, las palapas y palmeras, andar por Holbox se siente como a felicidad.

Los colores de Holbox

Algo curioso que hemos experimentado es el cariño genuino que le tienen los holboxeños a los niños que crecen en la isla. Me refiero, en particular, a las personas de la tercera edad. Gracias a nuestros hijos, hemos conocido y conversado con los abuelos de la isla, quienes parecen conceder la entrada a la sociedad a través de los pequeños. Este rasgo me parece encantador y algo que solo se puede vivir en un pueblito.

Por ser un lugar tan pequeño y por las características de la economía, la desigualdad es mucho menos notoria que en el México normal –tampoco vamos a decir que no existe. La playa y la vida relajada liberan a la gente de su necesidad de aparentar y apantallar. Casi todo el mundo viste de la misma manera y a nadie parece realmente importarle.

Además, a pesar de ser un pueblo, acá se vive entre gente de todo el mundo que contribuyen a un entorno diverso. Es bonito conocer y convivir con franceses, ingleses, gringos, italianos, españoles y claro, un montón de argentinos. En cierta forma, acá somos nuestro propio país, con reglas y costumbres propias y muy poca injerencia de las autoridades estatales.

Tal vez es por eso que mucha gente llega aquí para ponerle pausa a su vida. La isla es un País de Nunca Jamás repleto de niños perdidos que se dedican a disfrutar de la naturaleza, salir de fiesta, dormir hasta tarde y trabajar –frente a la playa, si tienen suerte. La mayoría de los foráneos están aquí de paso, solo unos meses o un par de años. Casi nadie tiene un gran plan para su estadía aquí. Incluso las familias como nosotros se van cuando sus hijos llegan a cierta edad en la que no pueden posponer más su educación. Aquí se trata de saborear el presente sin prestar demasiada atención al futuro.

Lo cierto es que hay una magia que nos embruja a todos. Es el interminable jacuzzi de agua salada. Son los flamingos al amanecer en Punta Coco. Es la bioluminiscencia en las noches sin luna y los cielos estrellados. Es la hora dorada que pinta de colores el pueblo entero. En otras palabras: se entiende que la gente intercambie cosas como su estabilidad y comodidad por una probadita de esto.

La magia de Holbox

Lo que no sale en Instagram

«No te pido que limpies mi isla, solo que no la ensucies». Así reza un letrero en la caleta, el sitio que le da la bienvenida a los viajeros que llegan todos los días a Holbox.

Cuando llegamos, yo tenía la idea de que este era un lugar con una fuerte cultura ecológica y de respeto por el medioambiente, pero pronto aprendería que, por la mayor parte, este no era el caso –aquí tengo que aclarar que sí hay una cantidad considerable de personas que defienden estos valores. Mi ilusión se rompió en los primeros días, recuerdo que vi cómo un niño lanzaba su plato de unicel a través de la reja de la primaria hacia la banqueta. Pronto me di cuenta de que la gente aquí está acostumbrada a tirar basura en la calle y a vivir entre basura tirada.

El otro paisaje

Es cierto que la situación no difiere mucho de gran parte del país, pero para mí fue decepcionante encontrar este rasgo cultural en un lugar de una belleza natural tan deslumbrante. También es cierto que hay un contexto histórico que se tiene que entender. La comida chatarra, las botellas y envolturas de plástico, el unicel, todo esto es relativamente reciente en la isla. Hace 30 años, no importaba mucho si la gente arrojaba su basura a la calle porque no había ni tanta gente ni tanta basura. Ahora, este hábito es un verdadero problema. La escasez de botes de basura públicos no ayuda. El lado feo del capitalismo llegó a la isla sin que su gente tuviera realmente ni el tiempo ni las herramientas para desarrollar un proyecto adecuado de educación ambiental.

Los charcos y el lodazal que se crean con las lluvias por la falta de un sistema de alcantarillado le da un toque exótico a la rutina diaria. Antes, cuando la arena en las calles era tan suave como la de la playa, la lluvia era absorbida rápidamente. Ahora que la arena está demasiado compactada y el exceso de vehículos ha deformado las calles, el agua se queda ahí un buen rato. Moverse por el pueblo cuando acaba de llover es toda una aventura, pero esa es solo la parte chusca. El precario drenaje, que data de la era previa al boom turístico, constantemente se ve rebasado por el volumen de visitantes, creando otro tipo de charcos, de esos que huelen muy mal. En época de lluvias, unos charcos y otros se confunden y se funden y esto se vuelve una ruleta rusa de insalubridad.

El país de los charcos

En algunas zonas, el agua no se evapora ni se absorbe aunque haya pasado mucho tiempo. Dos, tres, cuatro meses. El agua estancada y la basura tirada crean un paisaje que contrasta con la imagen que normalmente se proyecta de Holbox. El paisaje es lo de menos, estos puntos son verdaderos caldos primordiales para todo un elenco de enfermedades.

Cultivando enfermedades

Esto es lo que no verás en Instagram. Una cara un poco más real de la isla que, como cualquier otro lugar, dista mucho de ser perfecta. En la era de los filtros y los likes, es común que una buena parte de la realidad quede fuera de la toma.

La fiebre del oro

«¡Hola! Tengo que hablar contigo. ¿Me avisas cuándo puedes?» Si vives en Holbox y rentas una vivienda, este es el mensaje de texto que todos los días temes recibir. Lo envía tu casero o casera y lo que quiere hablar contigo es que vas a tener que desocupar el espacio porque ya no lo va a rentar por mes, sino por día.

El fenómeno Airbnb no es, desde luego, exclusivo de Holbox. En ciudades y destinos turísticos de todo el mundo, la plataforma de hospedaje está ocasionando estragos en los mercados inmobiliarios. Al obtener mucho más dinero por rentar las viviendas por noche que rentarlas por mes, los dueños de las propiedades prefieren hacer lo primero.

Aquí, el Airbnb es la nueva fiebre del oro. Han abierto tantos que actualmente se habla de una sobre-oferta. Es difícil culpar a los turistas, quienes se ven beneficiados por tarifas más accesibles y alternativas de hospedaje más flexibles. Aún así, no se puede negar el efecto brutal que la plataforma ha tenido en la situación de la vivienda.

Para dar una idea, un cuarto de 8 X 4 metros para una o dos personas se renta entre $400 y $600 dólares al mes. ¿Un pequeño departamento con una recámara y estancia? $750 USD. ¿Una casa con dos o tres habitaciones? $1,500, pero encontrar una es casi lo mismo que encontrar un unicornio.

Encima, rentar aquí equivale a vivir en la incertidumbre de que el fatídico mensaje de texto podría llegar en cualquier momento, porque los contratos de arrendamiento no forman parte de los usos y costumbres del lugar.

A todo esto, añadir los absurdos recibos de luz que llegan de varios miles de pesos. Porque, por si no lo sabían, el precio a pagar por un servicio deficiente e irregular es muy alto. Si tan solo hubiera otra forma de generar electricidad que no implicara transportar toneladas de diesel a la isla…

Estos son síntomas de una realidad: el dinero se ha convertido en la energía dominante. El mangle ha sido reducido para dar paso a los hoteles, las casas vacacionales, los negocios que no paran de abrir todos los días. Los drones y los turistas imprudentes ahuyentan a las aves migratorias. El tiburón ballena, emblema de la comunidad, es asediado por decenas de embarcaciones todos los días, al grado en que encontrarlo ya no es tan fácil como antes.

Foto: chilango.com

Dinero llama a más dinero. La vida por acá se ha vuelto una jungla en la cual ganan los más agresivos. Entre más cara se ha vuelto la vida, gente con más recursos ha llegado a invertir. Si rentas un local para operar un negocio, tendrás que rezar para que no vaya a llegar un inquilino con mayor presupuesto a ofertar el doble de lo que tú pagas. De nuevo, los contratos aquí son de chocolate, sin notario ni validez real.

Por otro lado, si eres trabajador, probablemente tengas que buscar un segundo turno para poder cubrir tus gastos y quedarte con un poco para ahorrar o enviar a tu familia, todo mientras compartes un espacio diminuto con uno, dos, tres o cuatro personas. Algunos han optado por vivir en Chiquilá, el puerto en tierra firme desde donde parten los ferris. Otros tienen la suerte de que la empresa para la cual trabajan cubra el hospedaje. Para la mayoría, es una vida apretada, incómoda y precaria.

Las propuestas educativas y culturales brillan por su ausencia. Quien tiene dinero para invertir, prefiere hacerlo en cuartos y hoteles que en escuelas. Si vives aquí, más vale que no te encuentres en la necesidad de enfrentar una crisis o emergencia médica, porque los pasantes que hacen sus prácticas en el único centro de salud no siempre estarán disponibles para atenderte con el equipo y medicamentos limitados con los que cuentan. Los impuestos derivados de la actividad turística no se notan en la infraestructura y no hay que ser detective para entender por qué.

No pretendo evadir la responsabilidad de ser parte de esto. No podría. Nuestro negocio grita ¡gentrificación! Hacemos un esfuerzo por ser congruentes y conscientes, pero al final del día estamos contribuyendo a una tendencia que ha puesto en jaque la viabilidad de la isla como destino turístico. Y es que no es lo mismo recibir a unos cuantos mochileros europeos que a treinta barcos diarios repletos de turistas, de esos que han transformado destinos como Cancún y Playa del Carmen.

Tuluminati vibes

Este crecimiento ha impactado también en la seguridad y el ambiente de la isla. Aunque sigue siendo un lugar seguro, algo ha cambiado. Las interminables construcciones han traído a personas acostumbradas al bajo mundo de Cancún, a quienes no les tiembla el pulso para robar o para ocasionar una riña. El ambiente nocturno también ha cambiado, con más bares y antros abiertos hasta tarde y todo lo que eso implica en cuanto a ruido, presencia de cárteles, etcétera.

Algo es innegable: la isla, como la hemos conocido hasta ahora, tiene fecha de caducidad. Incluso se sabe que la zona protegida, que conforma el grueso del territorio, está vendida a un poderoso desarrollador que está esperando el momento propicio para asestar el golpe definitivo: un faraónico y ambicioso complejo turístico que cambiará el ecosistema para siempre. Aunque hay activistas dentro y fuera de la isla que buscan revertir esta situación, creo que será muy difícil. Los gobiernos federales, estatales y municipales han demostrado en ocasiones anteriores que, mientras haya algo para ellos, no se tocan el corazón para permitir la destrucción de la riqueza natural en la región.

El principio del fin

Mis conocidos seguido me preguntan cómo es vivir en Holbox. Algunos se adelantan a responderse a sí mismos: «increíble, ¿no?». Quienes han visto imágenes o videos de la isla, tienen una idea romántica de ella. Quienes han estado aquí unos días, la perciben envuelta en el embrujo de unas vacaciones memorables. Vivir en ella, sin embargo, es otra historia.

La rutina en Holbox puede ser muy agradable si eres de aquí, si tienes propiedades aquí, o si eres un joven soltero que solo viene a trabajar y a echar fiesta. Como ven, las familias con recursos limitados no aparecen en esta lista. Y es por eso que, aunque siempre lo hemos sabido, hoy es más evidente que nunca el hecho de que nuestros días en la isla están contados.

Dejar ir esta etapa no será fácil. Holbox es el único lugar que conocemos como familia y pensar en decirle adiós resulta ligeramente aterrador. Vivir aquí es quizá la parte más interesante de mi vida. No tengo grandes logros profesionales ni una fortuna, pero al menos tengo esta aventura. En el fondo es esto, tal vez, lo que me ha mantenido aferrado a seguir acá, a pesar de que la vida se ha hecho muy difícil de costear y de que no hay alternativas de educación y actividades para que mi pequeño torbellino de tres años canalice su aparentemente inagotable energía.

Nuestros días en Holbox

Eso y, claro, el negocio. Este proyecto al cual le hemos dedicado tanto, pero que tal vez pudiera florecer y prosperar mucho más en una ubicación menos problemática. Nunca me había sentido tan orgulloso como me siento de haber creado este restaurante junto a mis socias. De no haber sido por Holbox, este lugar no existiría.

Y así como eso, hay muchas cosas por las cuales estoy agradecido con esta isla. Aquí he podido pensar, caminar, contemplar. Con toda calma. He podido disfrutar de mis hijos sin angustias. He vivido rodeado de belleza y épicos atardeceres. Y sí, también de basura.

Hay un precio que pagar por vivir acá. La mayoría de la gente llega, tarde o temprano, a un punto en el que la isla y sus dificultades terminan por hartarles y se van. Ella te adopta y también ella te vomita. Como dije, es un lugar con cierta magia.

Mirando hacia el futuro

No pretendo hablar por todas las personas que viven aquí. Después de todo, hay quien experimenta la isla bajo condiciones totalmente distintas y cada quien habla de cómo le va en la feria. Esta es solo mi verdad sobre vivir en Holbox.

Si lees esto y estás pensando en dejar la vida en la ciudad para irte a la playa, te diría: hazlo, pero siempre y cuando entiendas que hacerlo no va a resolver tu vida. Sabe que tus fantasmas no se irán, sino que te estarán esperando ahí para que los enfrentes cuando estés listo. Que hay cosas a las que vas a tener que renunciar y que hay muchas otras que probablemente te decepcionarán de la experiencia. Nada es perfecto pero, si dejas de esperar que lo sea, todo lo es.

17 comentarios sobre “La verdad sobre vivir en Holbox

  1. Acabo de ir con mi hijo de 5 años y la isla me enamoró y decepcionó al mismo tiempo. Vi claramente todo lo que platicas, la isla tiene fecha de caducidad, mucha basura, mucha gente irresponsable (locales y turistas) invadiendo la vida de los flamencos y de los tiburones ballena… ingenuamente esperaba vivir la experiencia de quienes me habían platicado su visita hace 15 años. En fin, a pesar de todo Holbox tiene una energía y un no sé qué que pocos lugares te hacen sentir.

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    1. Así es, hay dos caras de Holbox, una es muy bonita y la otra muy fea. Envidio a quienes la conocieron hace 15, 20 o 30 años pero, a la vez, nunca hubiera vivido en ella en las condiciones en las que vivían los locales en aquel entonces. Unas cosas por otras. Lo interesante sería estudiar modelos que permitan progreso y desarrollo, minimizando la destrucción y optimizando la infraestructura. En otras palabras, un poco de planeación y tantita madre.

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  2. He leído tu nota, lo entiendo y me da tristeza. Yo conocí la isla, hace más de 45 años, cuando la electricidad sólo estaba disponible de las 10:00 am a las 22:00 horas. Cuando el cine, era un terreno rodeado de unas láminas y por techo tenías a las estrellas, las películas se proyectaban en una gran sábana blanca. Yo conocí la isla porque un tío se caso con una lugareña y cada vacaciones íbamos a la isla y nos quedábamos semanas, meses. Despertábamos a las 6:00 am y desde esa hora nos perdíamos, sólo aparecíamos para comer. Turistas en la isla? Qué era eso?, los únicos que llegábamos era porque teníamos familia o amigos ahí. No había ferri, eran unas pequeñas lanchas que te cruzaban de Chiquilá a la Isla, y si llegabas cuando estas ya habían zarpado, te tenías que quedar a dormir en el muelle de Chiquilá. Después de no ir por más de 30 años, recientemente he ido un par de veces y si vez que llego la «prosperidad», pero también con ello miles de personas que ya no conoces. Antes literalmente nos conocíamos todos. Pero en fin, Holbox es hermosa ahora, pero antes era mil veces más, no hay palabras que pueda utilizar para describir el paraíso que conocí. Saludos.

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    1. Muchas gracias por leer y por compartir esa increíble visión de la isla hace 45 años. Solo puedo imaginarme el tipo de lugar que era gracias a historias como ésta que nos cuentas. Todo cambia, para bien y para mal, ahora te escribo desde acá gracias a la magia del Internet, pero con estos servicios llegan muchas otras cosas indeseables. Esperemos que Holbox encuentre un balance.

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  3. Me da mucha tristeza lo del gran complejo turístico que se avecina y que todos conocemos como rumores pero que es una realidad. No dejo de pensar en que el día que eso suceda una parte de todos los que conocimos y vivimos en este lugar, morirá para siempre.

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  4. Wow pensé que había sido la única atrevida en dejar la CDMX para irme con mi pareja a Holbox, tu historia es muy similar a la mía. Abrimos un restaurante en la caleta llamado Sabalos, me estafaron los mismos que rentan ese lugar, nos embarazamos al mismo tiempo. Pasé un embarazo increíble fue lo mejor de vivir en Holbox en 2014. Cuando mi hijo ya iba a nacer, como buena citadina me fui a Mérida y ahí me quedé 3 meses más hasta que la economía del restaurante en Holbox no dio para más, la competencia y los gastos fueron muy altos. Y sólo pedí señales al Universo y pues me ofrecieron un super trabajo en la CDMX y justo por el tema de los servicios de salud y educación regresamos a la CDMX. Volví en 2018 de paseo y la isla no es la misma perdió personalidad, esta invadida, solo huele a dinero que se va a otros países. Entonces mi adorada isla le agradecí todo ese tiempo de maternidad cuando era rústica, salvaje y amorosa, cuando me apapacho me cuido nos cuido. Y también le agradecí todos sus mensajes místicos cuando nació mi hijo para que me fuera de ahí, me obligó a irme de ahí como una madre que te protege de un mal augurio, no lo entendía… Pero hoy que leo esto entiendo que la isla me protegió del caos actual que se vive ahí. Me hablaba me decía marcharte a un lugar estable. Yo también percibi en diciembre pasado que los días ahí están contados. La isla de Holbox es un portal energético cargado de energía femenina y quienes hayan deshonrado y abusado de sus entrañas verán las consecuencias.

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  5. Yo soy guía de turistas federal y estoy acostumbrado a llevar gente a zonas arqueológicas, pero me ofrecieron ir como guía a Holbox y me he dedicado a hacerle pensar a la gente en la importancia de preservar el medio ambiente, a reciclar todo lo que se pueda y a proteger el planeta. El otro día vimos unos delfines y los niños pequeños que presenciaron el suceso estoy seguro que se van a quedar con las imágenes y ése sentimiento ensoñador para el resto de sus vidas. Les dije a sus padres que había valido la pena haber invertido su dinero en el tour simplemente por eso. La vida es tan corta que gastarse el dinero en viajar, es aprender, y a ésos venimos al planeta. También les doy datos de la enorme destrucción de plantas y animales que los seres humanos provocamos. El tour es cultural. También les hablo de geología, de espeleología, de historia. De aquella primera expedición de Francisco Hernández de Córdoba, de Julián y Melchor, los indígenas mayas Viscos que se llevaron a Cuba y que supuestamente dijeron el nombre de Yucatán a Diego Velázquez,… En fin, hablo mucho. También escribí lo siguiente:
    «Perros de Holbox»
    «En la isla de Holbox
    sólo hay perros rococó.
    Dondequiera que yo miro
    veo a personas paseando a sus caminos.
    Todos con collar y nombre singular,
    el amor está asumido
    pues parecen presumidos.
    Los he visto en muchas razas:
    De Chihuahua a gran Danés,
    cruzaditos y setter irlandés
    -parece que todos hablan inglés-.
    Es común en México encontrar
    perritos que hasta lastima te dan,
    pero en Holbox se han enfocado en cuidar
    a nuestros hermanos de andar».
    Simón Chavez Flores.

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